Fijar precios a los productos agrícolas es un camino equivocado. Los políticos no deben intervenir en el mercado estableciendo precios ni para la exportación ni para el consumo interno.
La experiencia ha demostrado que imponer precios genera distorsiones. Cuando el valor fijado es bajo, se produce menos. Cuando es alto, se busca sacar el producto hacia otros países, afectando la oferta local.
En el caso del plátano, se habla de establecer precios mínimos, como ocurre con el banano. Esa práctica no ha favorecido al sector, pues el mercado internacional se rige por la competencia y por la calidad del producto.
El libre mercado es la mejor garantía para la sostenibilidad de la producción. Así ocurre con otros sectores dinámicos como el camarón, la pesca y las flores, donde no existen precios oficiales y la actividad se mantiene competitiva.
Frente a incrementos puntuales en el precio del plátano, la medida adecuada es abrir la importación desde países vecinos, como Colombia. Eso permite equilibrar la oferta y mantener estable el valor de venta en el mercado nacional.
El país necesita políticas claras y coherentes que favorezcan la producción sin intervenir de manera artificial en los precios. Lo que se requiere es fomentar productividad, competitividad y apertura, no medidas que desmotiven al agricultor.