Leí en El Diario que la pobreza en Ecuador sigue siendo una sombra, que las cifras permanecen altas y que, pese a los esfuerzos que se anuncian desde el Gobierno, la realidad de muchas familias no cambia, y me pregunto entonces si no estamos cayendo en un círculo del que parece imposible salir, un círculo donde la entrega de bonos se convierte en la única respuesta a un problema más profundo y complejo.
No quiero que se malinterprete lo que digo, porque los bonos son necesarios y cumplen un papel importante en la vida de quienes menos tienen, son un alivio inmediato para las madres que deben elegir entre comprar comida o pagar un pasaje, para los ancianos que apenas sobreviven con lo justo, para los hogares donde cada centavo cuenta, pero esa ayuda, que dura un mes o quizá unas semanas, no transforma la realidad de la pobreza, solo la amortigua, la adormece, la hace más soportable, pero no la resuelve.
Lo que necesitamos es un país que genere oportunidades, un país donde los jóvenes no tengan que pensar en emigrar para aspirar a un futuro, un país donde la palabra empleo no sea un privilegio sino una certeza, porque mientras no existan políticas claras para promover la inversión, para abrir caminos a los emprendedores, para atraer empresas que se arriesguen a crecer aquí y no en otra parte, lo único que tendremos serán parches y discursos que que no cambian la realidad de los barrios, de los campos, de los mercados populares donde la gente se levanta cada día con más deudas que esperanzas.
La pobreza no se combate solo con dinero, se combate con educación de calidad, con sistemas de salud que funcionen, con carreteras que permitan el comercio, con créditos accesibles para quienes quieren producir, con reglas claras que hagan sentir al inversionista que este es un lugar seguro para apostar su capital y su confianza.
Está bien que se repartan bonos, nadie niega la urgencia de los más pobres, pero no puede ser lo único, no puede ser la política central, porque de lo contrario estaremos siempre en el mismo punto, discutiendo las mismas cifras, lamentando la misma tragedia, viendo cómo se pierde otra generación que crece sin oportunidades.