Un día de recordación, de luto, de reflexión. Vivimos un evento catastrófico el sábado 16 de abril de 2016, a las 18:58:36, cuando fuimos sacudidos por un sismo de magnitud 7,8 en la escala de Richter, con epicentro en el cantón Pedernales.
Este sismo afectó con mayor fuerza a las provincias de Manabí y Esmeraldas, convirtiéndose en el de mayor intensidad después del terremoto de 1797, ocurrido en la provincia de Chimborazo, según datos de la Secretaría de Gestión de Riesgos. Aquel fue, históricamente, el más devastador, con una magnitud de 8,3.
El fatídico 16A se perdieron miles de vidas. Muchas personas fueron enterradas sin identidad, algunas encontradas entre los escombros por sus propios familiares, por personas de buena voluntad o por entidades de servicio que trataban de encontrar un aliento de vida. Y finalmente, hogares destrozados por el dolor ante la pérdida de sus seres queridos. Toda una comunidad quedó llena de temor, valorando la vida y entregándose a Dios, en su voluntad y acción.
Llega a mi memoria un momento en el que pensé que era el fin del mundo. Abrazada a mi familia, de rodillas ante Jesús, rezaba por nuestra protección. Se caían objetos, se derrumbaban paredes, escuchábamos ruidos, gritos y llanto, mientras se escapaban vidas hacia la eternidad.
Un día de reflexión que nos lleva a valorar cada instante de nuestra existencia.
Gratitud a las personas de noble corazón, instituciones, fundaciones y medios de comunicación que cubrieron lo ocurrido, arriesgando sus vidas. A los organismos nacionales e internacionales, médicos y rescatistas ecuatorianos y de diversos países del mundo que no dudaron en asistir a las víctimas y sus familias.
Desde entonces, cada día pensábamos qué hacer si sentíamos un nuevo movimiento telúrico. Buscábamos rutas de salida a lugares seguros, mientras vivíamos con el temor de que volviera a ocurrir. Sentimos la afectación socioeconómica ante la falta de empleo. Valoramos los albergues temporales que permitieron a muchos hogares subsistir. Se destruyeron vidas. Se destruyeron sueños.
Desde este espacio, mi homenaje póstumo y pesar a los amigos y familiares de quienes están ausentes desde aquel fatídico 16 de abril de 2016. Los invito a no olvidar que existe un Ser Supremo que, a muchos, nos protegió y nos permite seguir adelante con fe y esperanza, agradeciéndole día a día por cada amanecer.