Manabí enfrenta una crisis silenciosa: la escasez de agua. A pesar de los esfuerzos aislados, la realidad es que las fuentes hídricas se debilitan cada año, víctimas de la deforestación, la contaminación y el desinterés estatal.
La reforestación es una necesidad urgente, que el Estado debe asumir con decisión y contundencia.
Los ríos, quebradas y acuíferos que abastecen a las comunidades rurales y urbanas necesitan protección y recuperación. La cobertura vegetal en las zonas de recarga hídrica es clave para conservar el agua, regular su caudal y evitar la erosión. Sin árboles, no hay agua. Sin agua, no hay vida.
El Gobierno debe retomar con seriedad el Plan de Desarrollo de los Recursos Hídricos de Manabí, paralizado durante décadas. Para ello tiene que actualizar los proyectos y crear un organismo que se encargue de la ejecución en forma autónoma y técnica.
Si el plan, actualizado y ejecutado con responsabilidad, debe ser la hoja de ruta para garantizar el acceso al agua en los próximos años, especialmente frente al cambio climático y el crecimiento de la población.
Manabí necesita políticas sostenibles, inversión pública y participación comunitaria. Esa responsabilidad le corresponde al Estado.