El 24 de marzo de 1980, monseñor Óscar Arnulfo Romero fue asesinado a tiros mientras oficiaba misa en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador. El ataque, perpetrado por un francotirador, segó la vida del arzobispo, quien se había erigido como la voz de los sin voz en un país sumido en la violencia política.
Su muerte, atribuida a los grupos de ultraderecha, se considera el detonante de la Guerra Civil de El Salvador, un conflicto que se extendió por 12 años y dejó un saldo de más de 75.000 muertos y miles de desaparecidos.
El ascenso del monseñor Romero
Óscar Arnulfo Romero y Galdámez fue conocido como monseñor Romero y desde el 14 de octubre de 2018 —cuando fue canonizado por el papa Francisco— como san Óscar Romero y san Romero de América. En la década de los 70, a su vuelta de su formación en Roma, Romero comenzó su carrera eclesiástica en su país, El Salvador. Al ser nombrado Arzobispo, Romero, inicialmente percibido como una figura conservadora, ahondó en sus discursos contra la violencia que asolaba su nación.
El asesinato del sacerdote Rutilio Grande, un amigo muy cercano de Romero, en marzo de 1977 a manos de las fuerzas de seguridad, marcó un punto de inflexión en su ministerio. Este evento lo enfrentó directamente con el dictador Arturo Armando Molina y lo llevó a un enfrentamiento abierto contra el gobierno.
Su postura le valió ser llamado a consulta por el nuncio papal. Cuando Carlos Humberto Romero tomó posesión como nuevo presidente del país, Óscar Romero se negó a ir a su investidura y le exigió la creación de un comité de derechos humanos para esclarecer los crímenes cometidos y garantizar la seguridad del pueblo salvadoreño.
Un profeta en su propia tierra
Con sus denuncias de violaciones a los derechos humanos por parte del gobierno militar, se ganó numerosos enemigos en un clima de fuerte tensión en la nación centroamericana. Su figura se transformó de un clérigo conservador a un defensor de los derechos humanos.
Romero se reunió en 1978 en la Santa Sede con el papa Pablo VI, quien le ofreció palabras de ánimo y fortaleza. Después en 1979, el arzobispo pidió una audiencia para hablar con el papa Juan Pablo II, pero el encuentro no resultó como él esperaba, dejando una sensación de desencuentro.
La homilía final y la impunidad
Óscar Romero se había convertido en un problema para los militares. En sus homilías, cargaba duramente contra ellos por la represión que ejercían contra la sociedad de El Salvador. El nuevo golpe de Estado parecía traer algo de esperanza, pero la nueva Junta de Gobierno no cumplió sus promesas.
Romero llegó a instar al presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, a terminar con la ayuda al gobierno del país. El 23 de marzo de 1980, en su famosa “homilía del fuego”, pronunció un duro discurso contra los policías y los militares, exhortándolos a detener la represión contra el pueblo.
Al día siguiente, mientras oficiaba una misa en el mismo lugar fue asesinado. Su muerte fue atribuida a los grupos de ultraderecha. Roberto D’Aubuisson, fundador del partido político Arena, que gobernó en el país durante dos décadas, fue señalado como el inspirador del crimen, pero nadie fue detenido ni condenado por el atentado contra monseñor Romero.
El presunto asesino, el capitán Álvaro Saravia, encontró un lugar seguro donde vivir en Modesto, California, Estados Unidos, hasta que fue descubierto y hasta ahora no se sabe dónde se esconde, según activistas que lamentan la impunidad del caso. (10).