De la realidad al cine: A sangre fría, el crimen que estremeció a un país

El brutal asesinato de la familia Clutter en Holcomb, Kansas, inspiró a Truman Capote a crear A sangre fría, una novela pionera que mezcló periodismo y literatura, convirtiéndose en un bestseller. La adaptación cinematográfica de 1967, rodada en blanco y negro y en los lugares reales del crimen, captura la crudeza de la tragedia y el destino de los asesinos.

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4 minutos de lectura
Truman Capote se fotografió con Perry Edward Smith, uno de los asesinos del crimen que inspiró la novela A sangre fría.
Truman Capote se fotografió con Perry Edward Smith, uno de los asesinos del crimen que inspiró la novela A sangre fría.
Truman Capote se fotografió con Perry Edward Smith, uno de los asesinos del crimen que inspiró la novela A sangre fría.
Truman Capote se fotografió con Perry Edward Smith, uno de los asesinos del crimen que inspiró la novela A sangre fría.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

El brutal asesinato de la familia Clutter en Holcomb, Kansas, inspiró a Truman Capote a crear A sangre fría, una novela pionera que mezcló periodismo y literatura, convirtiéndose en un bestseller. La adaptación cinematográfica de 1967, rodada en blanco y negro y en los lugares reales del crimen, captura la crudeza de la tragedia y el destino de los asesinos.

A sangre fría toda una familia

Holcomb no era más que un punto en el mapa de Kansas. Una comunidad rural donde las puertas se dejaban sin llave y la vida seguía el ritmo de las estaciones. Hasta que, una madrugada de noviembre de 1959, el horror llegó sin anunciarse. La familia Clutter —padre, madre y dos hijos adolescentes— fue encontrada muerta en su casa, atada y ejecutada con frialdad quirúrgica. No hubo testigos. No hubo motivo aparente. Solo el silencio que dejan cuatro cuerpos y una comunidad rota.

Los responsables, Perry Edward Smith y Richard Hickock, dos exconvictos convencidos de que la familia escondía una fortuna en efectivo, se habían llevado apenas unos dólares. Lo demás fue sangre y desesperación. Huyeron a México, soñando con oro. Pero el sueño se evaporó, y la policía los atrapó meses después en Las Vegas. En 1965, tras un juicio sin fisuras, fueron ahorcados.

Hasta aquí, podría haber sido un crimen más en los anales de la justicia estadounidense. Pero Truman Capote leyó la noticia en el New York Times y supo que había algo más. Viajó a Kansas junto a su amiga de la infancia, Harper Lee, con la idea de escribir un artículo. Regresó con el germen de lo que sería A sangre fría, una obra que no solo cambiaría su vida, sino la manera misma de contar la realidad.

Rompe los moldes

Capote no inventó los hechos, pero sí la forma de narrarlos. Entrevistó a los vecinos, convivió con los policías, se sentó frente a los asesinos en prisión. Tomó 4.000 páginas de notas y las transformó en una novela de no ficción que fluye como un thriller, pero se sostiene en hechos verificables. En ella no hay héroes ni villanos absolutos: solo seres humanos rotos por dentro. Publicada en 1966, A sangre fría rompió moldes. Fue un fenómeno literario y un punto de quiebre en el periodismo narrativo. Pero Capote nunca volvió a ser el mismo. “Este libro me destruyó”, confesaría más tarde.

Un año después, la historia saltó a la pantalla. El director Richard Brooks llevó la novela al cine con una audacia que hoy sigue sorprendiendo. Eligió rodar en blanco y negro y usó locaciones reales, incluyendo la casa de los Clutter. El resultado fue una película seca, áspera, sin artificios. 

El crimen al cine

Robert Blake y Scott Wilson encarnaron a Perry y Dick con una intensidad que incomoda. La cámara los sigue sin juzgar, como si el espectador fuera un testigo más del derrumbe moral que los arrastra. La atmósfera es densa, la tensión constante, y la escena final, en la horca, duele más por su sobriedad que por su violencia. Irónicamente, el tiempo añadiría una nota macabra al reparto: décadas después, Blake sería acusado de asesinar a su esposa. Fue absuelto, pero la coincidencia dio a la película una resonancia aún más inquietante.

A sangre fría, en sus dos versiones, libro y película,  es mucho más que la historia de un crimen. Es un espejo oscuro que refleja la fragilidad humana, la línea delgada entre la cordura y el abismo. Capote logró, con palabras, lo que pocos escritores consiguen: transformar la crónica de un hecho policial en una obra literaria de alcance universal. Brooks, con su película, le dio cuerpo visual a esa verdad incómoda. Ambas obras siguen vivas, como la cicatriz que dejó aquel crimen en el corazón de Estados Unidos.

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