La intolerancia a la lactosa, un problema digestivo que a menudo se confunde con la alergia a la leche por sus síntomas parecidos. Sin embargo, entender la diferencia es clave para no eliminar alimentos de forma innecesaria.
Esta condición provoca molestias digestivas como gases, diarrea, náuseas o distensión abdominal porque el organismo no produce suficiente lactasa, la enzima que digiere la lactosa. Según Eider Sánchez, responsable del servicio de Nutrición de Policlínica Gipuzkoa, cuando la lactosa no se descompone en el intestino delgado, pasa al intestino grueso, donde las bacterias la fermentan y provocan los síntomas.
Aunque estas molestias de la intolerancia a la lactosa pueden ser muy incómodas, no representan un peligro grave. Por el contrario, la alergia a la leche implica que el sistema inmunitario reacciona frente a las proteínas de la leche. Esta si puede causar síntomas más graves, como urticaria, dificultad para respirar o incluso anafilaxia. “Es importante no confundirlas, porque la alergia puede ser potencialmente mortal”, advierte Sánchez.
Síntomas y diagnóstico de la intolerancia a la lactosa
En el caso de la intolerancia, los síntomas suelen aparecer entre 30 minutos y dos horas después de consumir lácteos, aunque a veces pueden tardar algo más. El diagnóstico se basa principalmente en la historia clínica y los síntomas descritos por el paciente, pero también existen pruebas específicas como la prueba de hidrógeno en aire espirado o la prueba de tolerancia a la lactosa en sangre.
Sánchez insiste en que ante cualquier sospecha es fundamental acudir a un profesional de la salud. Solo así se puede evitar caer en restricciones dietéticas innecesarias que pueden comprometer la ingesta de nutrientes esenciales como el calcio.
Qué se puede seguir consumiendo y alternativas
No todas las personas con intolerancia a la lactosa necesitan eliminar por completo los productos lácteos. “Muchas veces se toleran yogures, kéfir o quesos curados, que contienen menos lactosa”, explica Sánchez. También existe una amplia oferta de productos sin lactosa que conservan todo su aporte de calcio y vitaminas.
Para quienes prefieren prescindir totalmente de los lácteos, hay alimentos ricos en calcio que pueden sustituirlos: semillas de sésamo, frutos secos, legumbres, pescados pequeños que se comen con espina, como las sardinas, y verduras de hoja verde.
Mitos y consejos finales
La clave está en una valoración individualizada: “No se trata de eliminar alimentos sin motivo, sino de aprender qué cantidades y tipos de lácteos toleramos mejor”.
Así, la intolerancia a la lactosa, aunque molesta, puede gestionarse manteniendo una dieta saludable y equilibrada, siempre con el apoyo de profesionales que nos guíen según nuestras necesidades reales.