Hope: el niño que fue llamado brujo y se convirtió en símbolo de esperanza

Hope, un niño nigeriano de dos años, fue abandonado y acusado de brujería en 2016. Rescatado por Anja Ringgren Lovén, su imagen dio la vuelta al mundo, convirtiéndose en un emblema de esperanza.
Anja Ringgren Lovén rescató a un niño desnutrido y abandonado en Abuya, Nigeria, acusado de brujería por su familia. Sobrevivió con múltiples transfusiones y tratamiento médico.
Anja Ringgren Lovén rescató a un niño desnutrido y abandonado en Abuya, Nigeria, acusado de brujería por su familia. Sobrevivió con múltiples transfusiones y tratamiento médico.
Anja Ringgren Lovén rescató a un niño desnutrido y abandonado en Abuya, Nigeria, acusado de brujería por su familia. Sobrevivió con múltiples transfusiones y tratamiento médico.
Anja Ringgren Lovén rescató a un niño desnutrido y abandonado en Abuya, Nigeria, acusado de brujería por su familia. Sobrevivió con múltiples transfusiones y tratamiento médico.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

Estaba desnudo. Desnutrido. Solo. Tenía dos años y caminaba por una calle polvorienta en las afueras de Abuya, la capital de Nigeria. A su lado, un puesto de venta de carne. A su alrededor, personas que lo miraban, pero no se acercaban. 

Era enero de 2016 cuando una mujer blanca, delgada, con tatuajes y un rostro sereno pero decidido, se agachó frente a él. Le ofreció agua. Luego lo envolvió en una manta. Así nació una imagen que dio la vuelta al mundo. Así comenzó la historia de Hope —Esperanza—, el niño que había sido abandonado por su familia tras ser acusado de ser un «brujo».

La mujer que llegó a vivir a Nigeria y salvó a Hope

Anja Ringgren Lovén fue quien lo encontró. Una activista danesa que desde 2012 vive en Nigeria y dedica su vida a rescatar niños perseguidos por supersticiones ancestrales.

“Cuando lo vi, supe que no podía dejarlo ahí. No tenía más que piel y huesos. Pero tenía ojos”, recuerda en sus declaraciones que dio entonces a la prensa. Hope había sobrevivido ocho meses alimentándose de lo que le dejaban los transeúntes. Su cuerpo estaba devastado por parásitos intestinales, desnutrición severa y una anemia avanzada que requirió múltiples transfusiones de sangre. Pero sobrevivió.

Hoy, Hope sonríe. Estudia. Tiene amigos. Vive en Land of Hope, el centro infantil que Anja fundó junto a su esposo nigeriano, David Emmanuel Umem, en el estado de Akwa Ibom. 

Allí convive con más 80 niños que, como él, fueron acusados de practicar brujería. Niños marcados por el estigma, el miedo y la violencia. Pequeños a quienes sus propias familias, muchas veces impulsadas por líderes religiosos o “médicos brujos”, decidieron abandonar, torturar o matar.

Niños acusados de brujería

En Nigeria, estas creencias no son marginales. En varias regiones, como Akwa Ibom y Ríos Cross, se mezclan el cristianismo pentecostal con antiguas religiones tribales, formando un sincretismo peligroso. Según la BBC, ya en 2008 se estimaba que más de 15.000 niños habían sido acusados de brujos.

Los castigos son atroces: se los quema, se les clavan objetos en la cabeza, se los envenena o incluso se los entierra vivos. “He rescatado niños con el cuerpo completamente quemado, niñas embarazadas, menores con enfermedades de transmisión sexual. No hay misión de rescate más terrible que otra. Todas duelen igual”, dice Anja.

Una de esas misiones ocurrió en Navidad de 2019. Anja estaba decorando su casa cuando recibió una llamada: un niño, solo, cerca de una carretera. “Podría ser otro caso de brujería”, le dijeron. Sin dudar, partió al rescate. Al encontrarlo, el pequeño —al que luego llamaron Saviour— lloraba de dolor y desconcierto. Más tarde, le diagnosticaron VIH. “Muchos no entienden lo que está pasando. Solo sienten miedo y dolor”, relata en una nota publicada en el periódico La Nación de Argentina.

Una infancia difícil en Dinamarca

Anja nació en Dinamarca hace 46 años. Su infancia no fue fácil: su padre era alcohólico y su madre, que trabajaba en un hogar de ancianos, crió sola a tres hijas. Desde pequeña, escuchó a su madre hablar de igualdad y derechos humanos. “Siempre decía que había que cuidar a los más necesitados”, recuerda. Cuando su madre murió de cáncer, Anja tenía 23 años y cayó en una profunda crisis existencial. “Necesitaba encontrarle sentido a mi vida. Ella era mi guía”.

Fue entonces cuando vio un documental sobre supersticiones en Nigeria. Le cambió la vida. “Me sorprendió descubrir que los niños eran quemados vivos por ser acusados de brujos. Me sentí impotente. No podía creer que el mundo no hablara de esto”. Vendió todas sus pertenencias, renunció a su empleo y viajó a África. Primero colaboró en Malawi y Tanzania. Luego, en 2012, fundó su propia ONG: Land of Hope.

La recuperación física y emocional de Hope

La organización no solo rescata niños. También trabaja en su recuperación física y emocional, y realiza una tarea clave: educar a las comunidades. Visitan aldeas, dialogan con familias, intentan revertir creencias arraigadas. “La educación es el arma más poderosa contra la superstición”, dice Anja. Parte del proceso incluye revincular a los niños con sus familias. 

En muchos casos, lo logran. Cuando los aldeanos ven la transformación de los niños, entienden que fueron engañados por los líderes religiosos y los llamados médicos brujos . Que sus hijos no eran brujos. Solo niños enfermos, diferentes o simplemente víctimas del miedo colectivo.

Las causas detrás de estas acusaciones son múltiples: una cosecha fallida, una enfermedad inexplicable, un despido, una muerte repentina. En esos contextos, se busca un culpable. Y los niños, por su vulnerabilidad, se convierten en los blancos perfectos.

Land of Hope está rodeado por un muro, vigilado las 24 horas. Pero al cruzar su puerta, todo cambia. Allí hay juegos, cuadernos, sonrisas. Allí se cura el cuerpo, pero también el alma. Y cada historia de dolor, como la de Hope, se transforma en una historia de lucha. Y de vida.  “Mi mamá solía decirme que pensara en los niños de África cuando dejaba comida en el plato. Hoy, cada niño que rescatamos es un homenaje a ella”, concluye Anja. 

Hope, ese pequeño cuerpo famélico de la fotografía que recorrió el mundo, es hoy símbolo de una verdad poderosa: ningún niño nace maldito. 

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