George Best fue una leyenda que nunca se ajustó al molde. Fue mucho más que un futbolista: fue un fenómeno cultural, un alma rebelde cuya vida osciló entre la gloria y la tragedia. Best deslumbró al mundo con su talento descomunal y lo estremeció con su caída. Su historia, tan fascinante como dolorosa, es la de un hombre que tocó el cielo con los pies y se perdió intentando vivir a su ritmo.
Nacido el 22 de mayo de 1946 en el humilde barrio de Cregagh, Irlanda del Norte, George Best era delgado, pero eléctrico, su cuerpo parecía hecho para el ballet del fútbol. A los 15 años, un telegrama enviado por el ojeador Bob Bishop cambió su destino: “Creo que he encontrado un genio”, escribió al mítico entrenador Matt Busby del Manchester United. Y no se equivocaba.
El debut de George Best
Con solo 17 años debutó en la Primera División, y su ascenso fue meteórico. Best no solo jugaba al fútbol, lo reinterpretaba. Sus fintas desbordaban como un poema y su velocidad hipnotizaba. En la temporada 1964/65 llevó al United al título de Liga, y tres años después conquistó Europa anotando en la final de la Copa de Campeones contra el Benfica. Tenía apenas 22 años cuando ganó el Balón de Oro en 1968. Era el mejor del mundo.
Pero Best no se conformaba con ser un ídolo deportivo. Su pelo largo, su belleza salvaje y su carisma arrollador lo convirtieron en un símbolo de los años 60. Lo llamaban “El Quinto Beatle”, no solo por su parecido con los músicos, sino porque encarnaba el mismo espíritu de libertad, ruptura y exceso. Era la estrella que llenaba estadios y también las portadas de revistas de moda.
Sin embargo, tras el esplendor llegó la sombra. Best no supo digerir la fama ni administrar el caos de su genio. Como él mismo ironizó: “He gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y carros. El resto lo he despilfarrado”. Su vida fue una fiesta sin final, y el alcohol se volvió su compañero más fiel y destructivo. La salida del entrenador Matt Busby en 1969 fue el principio del fin. Faltas a entrenamientos, noches con actrices, expulsiones insólitas… Su estrella comenzó a apagarse demasiado pronto.
El adiós de un ídolo
El 1 de enero de 1974, tras 467 partidos y 180 goles, dejó el Manchester United. Lo que siguió fue una peregrinación errática por clubes de medio mundo, desde Los Ángeles hasta Hong Kong, como una estrella en busca de un escenario. Aun así, dejó destellos imborrables.. Nunca jugó un Mundial, pero no hizo falta: George Best ya era inmortal.
Su vida personal también fue una montaña rusa. Dos matrimonios fallidos, un hijo —Calum—, múltiples escándalos, una condena por conducir ebrio, y finalmente, un trasplante de hígado en 2002. Best peleó contra sus demonios hasta el último aliento, pero nunca logró vencerlos del todo. El 25 de noviembre de 2005, con solo 59 años, murió en Londres por una infección pulmonar y un fallo multiorgánico. El mundo lloró a un artista que no supo bajarse del escenario a tiempo.
Más de 100.000 personas acudieron a su funeral. Su ataúd, envuelto en la bandera del Manchester United, fue despedido como si se tratara de un jefe de Estado. Porque, en el fondo, eso fue George Best: el monarca sin corona de un reino donde el balón es ley. Hoy, su recuerdo sigue vivo. En cada regate imposible, en cada jugador que juega con desparpajo, está el espíritu indómito de George Best. Porque como dijo Eric Cantona: “George Best no murió, simplemente dejó de jugar”.