Nueva York, 1 de mayo de 1947. A las 10:30 de la mañana, el cielo sobre Manhattan estaba despejado. Un día como cualquier otro en la ciudad que nunca duerme. Pero en la calle 33, frente al Empire State Building, algo interrumpió la rutina con un estruendo sordo y seco: el cuerpo de una joven había caído desde el piso 86 del rascacielos. Evelyn McHale, contadora, de 23 años, se precipitó al vacío y encontró la muerte sobre el techo metálico de una limusina de la ONU.
Pero lo que ocurrió después es lo que convertiría su final en una imagen eterna. Entre la multitud que se reunió en torno al accidente estaba Robert Wiles, un estudiante de fotografía de 23 años que, en un acto de instinto, capturó la escena segundos después del impacto.
Una caída y una fotografía inmortal
El cuerpo de Evelyn, sorprendentemente intacto, yacía entre los pliegues destrozados del automóvil como si durmiera: los pies delicadamente cruzados, una mano tocando el collar de perlas, el rostro en una expresión de reposo casi elegante. No había sangre. No había desesperación. Solo una calma imposible.
Días más tarde, esa imagen aparecería en la revista Life bajo el título: “El suicidio más hermoso”. Desde entonces, la fotografía ha sido estudiada, replicada y reinterpretada. Un símbolo macabro del instante en que la muerte se disfrazó de belleza.
Una carta sin respuestas
En su bolso, la policía encontró una nota escrita a mano. No hubo acusaciones, ni explicaciones, ni menciones de dolor insoportable. Solo una súplica: “No quiero que nadie de mi familia o amigos me vea así. ¿Podrían incinerar mi cuerpo? Les ruego a ustedes y a mi familia que no me hagan ningún funeral o ceremonia para recordarme”.
También mencionó a su prometido, Barry Rhodes, un veterano de guerra con quien planeaba casarse en junio. “No creo que pueda ser una buena esposa para nadie”, escribió. Y dejó flotando una frase enigmática: “Tengo muchas de las tendencias de mi madre”.
Lo más inquietante fue que, apenas un día antes, Evelyn había visitado a Barry en Easton, Pensilvania. Él aseguró que estaba feliz e ilusionada con la boda. Pero esa noche, en lugar de regresar a casa, Evelyn tomó un tren hacia Manhattan. Se registró en el hotel Governor Clinton, escribió su última carta y, al día siguiente, subió al mirador del Empire State.
Una imagen que superó el olvido
A pesar de su deseo explícito de no ser recordada, Evelyn McHale fue capturada por el lente de un extraño en el momento más definitivo de su vida. Su cuerpo fue incinerado, como pidió, pero su imagen trascendió. Se convirtió en objeto de culto, en símbolo artístico, en pieza de museo.
Andy Warhol la incluyó en su serie “Death and Disaster”, los críticos la analizaron como si fuese una escultura involuntaria del destino, y su historia revivió cada vez que el arte, el suicidio y la belleza se cruzaron en una misma conversación.
Evelyn McHale, el símbolo involuntario
Han pasado casi ocho décadas, pero aún hoy su nombre resuena. Evelyn McHale no fue solo una joven que saltó al vacío. Fue la protagonista de una de las imágenes más conmovedoras del siglo XX. No por la espectacularidad de su final, sino por la humanidad suspendida que Wiles supo atrapar en un clic.
Su historia sigue interrogándonos: ¿qué lleva a una persona a ocultar tanto dolor tras una sonrisa? Quizás Evelyn nunca quiso ser recordada, pero el mundo no supo olvidar.