Hubo una época en que el cine viajaba en bicicleta en Manta.
Los rollos de película eran trasladados sin demora de una sala a otra para presentar el mismo filme en diferentes puntos de la ciudad. Un empleado se encargaba de esa tarea, y para llegar a tiempo, pedaleaba una bicicleta Chopper. Era un ir y venir cada 20 minutos.
En esos tiempos, los cines promocionaban dos películas, y el espectador pagaba por una. Ese fue el gancho. Cuando terminaba la primera película, había un receso, momento perfecto para estirar las piernas y comprar algo en el bar.
Era también el tiempo en que el hombre de la bicicleta llevaba el último rollo a la otra sala donde se proyectaba el mismo filme. Todo estaba cronometrado. El empleado no debía distraerse mientras recorría en su Chopper las calles de Manta. Así fue por más de 20 años. Los rollos siempre llegaban a tiempo. Esa época ya no existe, ni esas salas de cine, ni esas bicicletas, ni los rollos. Quien sigue vivo es ese hombre: José Cantos, de 92 años.
Los dos hombres del cine
La historia de las salas de cine tiene un nombre público, Miguel Cárdenas, y otro anónimo, el de José.
José nació en Santa Ana y fue comerciante de legumbres en el mercado del cantón 24 de Mayo. Cárdenas se enteró de que José trabajaba en un cine en Santa Ana “pasando películas”, pero la sala cerró y él se dedicó a vender en un mercado. Lo convenció de que viniera a Manta a trabajar con él.
Un local en Portoviejo alquilaba las películas por ocho días, que era el tiempo máximo que se proyectaban en cada ciudad. Una película estaba compuesta, en promedio, por cinco rollos, y cada uno duraba entre 15 y 20 minutos.
Terminaba un rollo, se proyectaba otro, y mientras tanto José llevaba el que terminaba a otra sala.
Las cintas mexicanas de Pedro Infante con música ranchera contaban con un público fiel. “El cine se llenaba de bote a bote”. A inicios de los 70 del siglo pasado, Cantinflas y Tarzán tenían fieles seguidores, así como las películas de artes marciales de Bruce Lee. Manta tuvo diez salas hasta mediados de los 80. Miguel Cárdenas llegó a administrar nueve de ellas, entre ellas Capitol, Tarqui y Sucre.
La competencia en casa
El auge de esas salas tuvo su fin. No hay una sola causa para que cerraran. José Cantos cree que el público dejó de ir al cine porque ya podía ver las películas en el televisor de sus casas. El golpe final lo dio el alquiler de cintas en VHS y, luego, el DVD como formato doméstico.
Empezaron a cerrar una a una las salas, que caían como un castillo de naipes. José se jubiló y también la bicicleta. Pero las salas de cine no han muerto en Manta; se trasladaron a los centros comerciales, que, como en todo el mundo, dijeron adiós a los rollos.
La proyección digital se convirtió en el estándar global. Aquello ahorra costos y, además, era muy complejo mantener proyectores de película en rollo.
José Cantos, a los 92 años, cree que ya no hay salas en la ciudad. Cuando le digo que sí las hay en los malls, me mira con desconfianza. Él sostiene que el cine murió cuando hizo el último viaje para llevar un rollo a otra sala. No insisto. Prefiero que siga creyendo aquello.
En realidad, el día que llevó el último rollo sí murió una tradición en Manta, luego nació otra, la de las salas con palomitas de maíz y gaseosa, pero esa es otra historia, con otros protagonistas.