El 31 de marzo de 1980, Jesse Owens, el aclamado atleta afroamericano que ganó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, falleció a los 66 años en Phoenix, Arizona. Su muerte fue a causa de un agresivo cáncer de pulmón. Su fallecimiento marcó el fin de una vida compleja que lo vio pasar de la cumbre del éxito deportivo internacional a enfrentar la cruda realidad de la segregación racial en Estados Unidos, a pesar de su heroica actuación que desafió la ideología de la supremacía aria.
La trayectoria inigualable de Jesse Owens
Jesse Owens, nacido el 12 de septiembre de 1913 en Oakville, Alabama, ya era una figura prominente en el atletismo estadounidense antes de los Juegos de Berlín. En 1935, durante la Big Ten Conference universitaria, protagonizó lo que se conoce como “los mejores 45 minutos del deporte”.
En este breve lapso, Owens batió cinco récords mundiales y logró igualar otro. Entre sus hazañas, su salto de longitud de ocho metros y trece centímetros se mantuvo como récord mundial durante 25 años, una marca que evidenciaba su extraordinario talento y preparación. Estos logros consolidaron su estatus como uno de los atletas más destacados de su tiempo, generando grandes expectativas para su participación en las Olimpiadas.
El impacto de Berlín 1936 y la realidad post-olímpica
La participación de Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 se convirtió en un hito histórico. Ante los ojos del propio Adolf Hitler y la ideología nazi que promovía la superioridad de la raza aria, Owens se alzó con cuatro medallas de oro en las pruebas de 100 metros planos, 200 metros planos, salto de longitud y relevos 4×100 metros.
Este triunfo no solo fue una demostración de su habilidad atlética, sino también un poderoso símbolo de resistencia contra el racismo. Mientras en Alemania recibía ovaciones y autógrafos, su regreso a Estados Unidos lo confrontó con una realidad desoladora. A pesar de su gloria olímpica, la vida de Owens en su país seguía siendo la de un afroamericano en una sociedad segregada.
La exatleta francesa Maryse Ewanjé-Epée, autora del libro Jesse: La fabulosa historia de Jesse Owens (2016), ha señalado que, aunque Owens se convirtió en un símbolo involuntario de la lucha contra el racismo, él mismo tuvo dificultades para comprender y capitalizar ese papel.
“A Owens le costó toda la vida entender lo que representó, y no supo jugar ese papel”, afirmó Ewanjé-Epée. La ironía de la situación residía en que, mientras en Alemania se le permitía viajar y hospedarse en los mismos lugares que los atletas blancos, en su país natal, el campeón era sistemáticamente menospreciado debido a las leyes Jim Crow y la segregación racial imperante, que negaba a los afroamericanos los mismos derechos que a la población blanca.
El desencanto y la lucha por el reconocimiento
El desaire por parte del gobierno estadounidense fue notorio. El presidente Franklin Delano Roosevelt nunca recibió a Owens en la Casa Blanca, una decisión que, según los historiadores, buscaba asegurar el voto de la población sureña, predominantemente racista. Ni siquiera una felicitación escrita le fue extendida.
Tras el desfile en Nueva York en honor a los campeones, a Owens no se le permitió entrar al hotel Waldorf Astoria por la puerta principal. Se vio obligado a utilizar el montacargas para acceder a la recepción, un episodio que ilustra la profunda humillación que experimentó. Esta falta de reconocimiento institucional contrastaba fuertemente con la fama y el respeto que había cosechado en el extranjero.
El brillo de su momento de gloria olímpica se desvaneció rápidamente. Owens se vio obligado a aceptar una serie de trabajos de poca relevancia, incluyendo gerente de lavandería y bailarín de jazz. Incluso incursionó en el cine y participó en espectáculos en los que “vendía” su velocidad, compitiendo contra animales o automóviles.
Sin embargo, su intelecto y cultura lo llevaron a leer y escribir extensamente, desarrollando un profundo conocimiento del jazz. En la década de 1950, el presidente Dwight Eisenhower lo nombró embajador de buena voluntad de los Estados Unidos para el Tercer Mundo, un rol que le otorgó un salario anual de 75.000 dólares y lo puso nuevamente en el ojo público.
Un símbolo evolutivo y el legado final
Hacia finales de la década de 1950, Owens se apartó del deporte y los eventos sociales para fundar su propia empresa de relaciones públicas. Se dedicó a impartir discursos motivacionales por todo el país, compartiendo anécdotas de su vida y promoviendo valores de honestidad y superación, convirtiéndose en un modelo a seguir para muchos jóvenes afroamericanos.
Sin embargo, su postura de “negro bueno” fue objeto de críticas durante el surgimiento del movimiento Black Power en las décadas de 1960 y 1970. Se le reprochó no apoyar activamente las demandas de igualdad racial más radicales.
Un ejemplo clave de esta tensión ocurrió antes de los Juegos Olímpicos de México de 1968. Owens fue enviado por el equipo estadounidense de atletismo para intentar “apaciguar” a los atletas afroamericanos críticos. Aquellos Juegos pasarían a la historia por la icónica imagen de Tommie Smith y John Carlos levantando el puño en el podio. Ese era un gesto de protesta que Owens inicialmente criticó, afirmando que era “un símbolo sin significado”. Así se señala en un reportaje en la revista National Geographic.
Su nueva postura y su libro
Sin embargo, cuatro años después, Owens publicó el libro He cambiado, en el que afirmaba: “Me di cuenta de que luchar, en su mejor sentido, era la única respuesta que el afroamericano tenía, que cualquier negro que no estuviera comprometido en la lucha en 1970 estaba ciego o era un cobarde”. Esta evolución en su pensamiento reflejaba un reconocimiento tardío de la necesidad de un activismo más directo.
Jesse Owens, un fumador empedernido desde los treinta años, fue hospitalizado intermitentemente a partir de diciembre de 1979 debido a un cáncer de pulmón. El 31 de marzo de 1980, “el antílope de ébano” falleció a los 66 años y fue enterrado en el cementerio de Oak Woods, en Chicago.
A pesar de sus diferencias con el presidente Jimmy Carter, quien ignoró su solicitud de cancelar el boicot estadounidense a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980, Carter rindió tributo a Owens tras su muerte, declarando: “Quizá ningún atleta simbolizó mejor la lucha humana contra la tiranía, la pobreza y el fanatismo racial”. (10).