En un planeta donde 100.000 especies producen millones de venenos, la biomedicina descubre su potencial terapéutico. Investigadores de la Universidad de Washington, citados por Muy Saludable, usan la melitina del veneno de abeja para destruir el VIH. También lo usan para reducir tumores, mientras la apamina promete avances contra la depresión y la demencia. Esto demuestra que los venenos, en dosis controladas, pueden salvar vidas.
Desde que la vida animal se diversificó hace millones de años, la competencia por recursos limitados impulsó el desarrollo de venenos como estrategia de supervivencia. Especies como avispas, escorpiones, serpientes, medusas y pulpos evolucionaron para producir venenos sofisticados. Armas químicas que les otorgaron ventajas en la lucha por comer o evitar ser comidos. Según el reportaje Venenos que curan de Elena Sanz, publicado en el número 9 de Muy Saludable en 2025, existen aproximadamente 100.000 especies que generan millones de toxinas distintas.
Estas sustancias, diseñadas por la naturaleza para paralizar, dañar o matar, actúan con una precisión que la ciencia moderna, en la biomedicina, busca emular. En dosis elevadas, son letales, pero en cantidades controladas, sus propiedades selectivas las convierten en herramientas terapéuticas. Este dualismo ha captado la atención de investigadores que exploran su uso de venenos en el tratamiento de enfermedades como el cáncer, el VIH y trastornos neurológicos.
Melitina: un arma contra el VIH y el cáncer
Uno de los avances más prometedores proviene del estudio de la melitina, una toxina presente en el veneno de abeja. Científicos de la Universidad de Washington, liderados por Joshua L. Hood, han desarrollado un tratamiento basado en nanopartículas cargadas con melitina para atacar el VIH. Según el estudio, estas nanopartículas perforan la envoltura protectora del virus, destruyéndolo sin dañar las células sanas. “A diferencia de los fármacos tradicionales, que solo impiden la reproducción del VIH.
Para evitar efectos secundarios, las nanopartículas están diseñadas con estructuras protectoras. Estas las hacen rebotar al contactar con tejidos sanos, que son significativamente más grandes que el virus. Este enfoque ha mostrado resultados alentadores no solo contra el VIH, sino también en oncología. En experimentos, la melitina redujo el tamaño de un melanoma en un 88%. Paul Schlesinger, otro investigador de la misma universidad, destacó que las células cancerosas tienen dificultades para desarrollar resistencia a este veneno, lo que la convierte en un agente antitumoral prometedor.
Apamina: esperanza para trastornos neurológicos
Otro componente del veneno de abeja, la apamina, está siendo investigado por sus efectos sobre el sistema nervioso. Esta molécula, que afecta la transmisión neuronal, podría abrir nuevas vías para tratar la depresión y la demencia. Aunque las investigaciones están en etapas iniciales, los científicos ven en la apamina un potencial para modular la actividad cerebral, ofreciendo una alternativa a los tratamientos convencionales, que a menudo tienen limitaciones en eficacia y efectos secundarios.
El interés en la apamina refleja un enfoque más amplio en la biomedicina: aprovechar la especificidad de los venenos naturales para desarrollar terapias dirigidas. A diferencia de los fármacos tradicionales, que pueden afectar tejidos sanos, las toxinas animales evolucionaron para actuar con precisión quirúrgica, una cualidad que las hace ideales para aplicaciones médicas.
El potencial de la “librería molecular”
La diversidad de las toxinas animales –desde los venenos neurotóxicos de serpientes hasta los péptidos de caracoles marinos– ofrece un arsenal de compuestos con aplicaciones potenciales. Por ejemplo, la ziconotida, derivada del veneno de un caracol marino, ya se utiliza como analgésico para dolores crónicos severos. Asimismo, el veneno de escorpión contiene péptidos que están siendo estudiados para tratar enfermedades autoinmunes y ciertos tipos de cáncer.
El reportaje de Muy Saludable destaca que esta “librería molecular” es un recurso subexplotado. Con millones de toxinas aún por estudiar, los avances en biotecnología, como el análisis genómico y la síntesis de compuestos, están acelerando la identificación de moléculas con valor terapéutico. Sin embargo, los investigadores enfrentan desafíos, como la dificultad de sintetizar venenos complejos en laboratorio y garantizar su seguridad en aplicaciones clínicas. (27)