El 28 de mayo, Hunter Doherty Adams, más conocido como Patch Adams, cumplió 80 años. No lo celebró en una alfombra roja, ni rodeado de figuras del cine, aunque su vida inspiró una de las películas más queridas de los noventa. Lo hizo como ha vivido las últimas seis décadas: fiel a su filosofía de amor radical, alegría contagiosa y desafío constante a los sistemas que, según él, olvidaron lo esencial de la medicina: la humanidad.
La cinta Patch Adams (1998), protagonizada por Robin Williams y dirigida por Tom Shadyac, inmortalizó a este médico vestido de payaso que hace reír a los niños hospitalizados. Pero si alguien no celebró ese homenaje fue el propio Adams. “Odié esa película”, ha dicho sin rodeos. ¿La razón? Sentía que el filme lo reducía a un personaje simpático y excéntrico, borrando del mapa su dimensión de activista y pensador profundo. Y es que, para Adams, la risa no es un truco para entretener enfermos, sino una forma de revolución.
La vida difícil de Patch Adams
La suya no fue una infancia fácil. Hijo de un militar estadounidense, vivió en bases del ejército y perdió a su padre a los 16 años. Trasladado a Virginia con su madre, se enfrentó a una sociedad que le pareció profundamente injusta. Era el “niño raro” que se metía en problemas por combatir el racismo que veía a su alrededor. La violencia del mundo lo sumió en la desesperación. A los 18 años, fue hospitalizado tres veces por intentos de suicidio. Pero fue precisamente en un hospital psiquiátrico donde comprendió que quería consagrar su vida a la medicina… aunque no a la forma en que se enseñaba.
“En ninguna escuela de medicina se enseña la compasión”, solía decir. Así nació la idea de una medicina diferente. Durante su paso por el Medical College de Virginia, conoció a Linda Edquist, con quien se casó en 1975. Juntos, y con un puñado de amigos, fundaron en 1971 el Instituto Gesundheit!: un hospital que parecía más una comuna hippie que un centro clínico.
Allí no se cobraba un centavo, las consultas duraban horas, se cultivaban hortalizas y se integraban el arte, la música y el juego en el tratamiento médico. Fue un experimento de doce años que atendió a más de 15 mil pacientes. Lo que faltó fue dinero, pero sobró amor.
El viaje de los payasos
Para difundir su proyecto, Adams comenzó a viajar por el mundo. En 1985, organizó su primer “viaje de payasos” a la Unión Soviética. Desde entonces, ha recorrido hospitales, orfanatos, zonas de guerra y campos de refugiados en más de 70 países. Siempre con su nariz roja, sus zapatos grandes y una lección bajo el brazo: la risa no es solo medicina, es resistencia.
“Lo que más cura es el amor, el humor y la creatividad”, afirma. Para Adams, la salud no se trata de exámenes ni recetas, sino de felicidad. De compartir, abrazar, jugar y sentirse parte de algo más grande. Por eso, no es solo un médico, sino un activista. Uno que ha hablado en más de 90 escuelas de medicina, desafiando a toda una industria a repensarse.
A sus 80 años, Patch Adams sigue siendo un provocador con bata. Su legado va mucho más allá del cine. Nos recuerda que curar no siempre requiere bisturí, que la alegría puede ser una medicina poderosa, y que, a veces, la verdadera revolución comienza con una carcajada.