Teófilo Stevenson se elevó en la historia del boxeo no por su estatura de 1,96 metros ni por lo que ganó, sino por lo que decidió no aceptar. La tarde del lunes 11 de junio de 2012, el corazón de Cuba se estremeció. Había muerto uno de sus más grandes ídolos: el tres veces campeón olímpico, el hombre que rechazó millones de dólares por un ideal, el que dijo no a Las Vegas y sí a La Habana.
Nacido el 29 de marzo de 1952 en Las Tunas, desde joven mostró una potencia inusual, una técnica depurada y un porte elegante que contrastaba con la violencia controlada del ring. A los 14 años subió por primera vez al cuadrilátero. A los 20 ya era campeón nacional. Y a los 24, leyenda olímpica.
Teófilo Stevenson y las Olimpiadas
Ganó el oro en Múnich 1972, repitió en Montreal 1976 y se consagró en Moscú 1980, un triplete que ningún otro boxeador había logrado hasta entonces en la misma categoría: 301 victorias en 321 combates. Un récord que suena más a leyenda que a estadística. Pero más allá de los títulos, Stevenson construyó su mito con una sola frase: «¿Qué vale un millón de dólares comparado con el amor de ocho millones de cubanos?»
En la década de los 70, mientras el mundo del boxeo profesional ardía con nombres como Muhammad Ali, Joe Frazier y George Foreman, los promotores más poderosos del planeta pusieron sus ojos en el cubano. Don King, el magnate del boxeo, llegó a ofrecerle cifras mareantes para enfrentarlo con Ali. Era la “pelea del siglo” soñada. Pero Stevenson tenía otra batalla en mente: defender la decisión de un país que había erradicado el profesionalismo del deporte tras la Revolución de 1959.
Para algunos, fue una evasión no pelear con los profesionales en Estados Unidos. Para otros, una muestra de dignidad inclaudicable. «Pirulo», como lo llamaban en su tierra, eligió quedarse, formar generaciones, trabajar desde la Federación Cubana de Boxeo y acompañar a su pueblo, incluso cuando la salud comenzó a fallarle.
La última batalla
En sus últimos años, luchó contra algo más feroz que cualquier rival del ring: un deterioro físico silencioso y problemas cardíacos que lo golpearon con la misma fuerza con la que él derribaba a sus adversarios. Tras ser hospitalizado por coágulos cerca del corazón, un problema grave que no avisa, la muerte lo encontró sin anunciarse en su casa de La Habana.
Hoy, más de una década después de su muerte, Teófilo vuelve al ring. Un joven actor cubano, Alejandro Phillips, se mete en su piel en la película Teófilo, una coproducción entre Cuba, Rusia y México. Para el papel, Phillips tuvo que ganar peso, entrenar como boxeador y sumergirse en la vida del campeón. Tres años de preparación para interpretar a quien fue más que un atleta: un símbolo.