Por décadas, parecía una postal de paz en el corazón de Chile: campos verdes, construcciones alemanas, niños rubios saludando en fila. Pero tras los cercos de alambre y las sonrisas impostadas, se escondía una maquinaria del horror que mezclaba fanatismo, pedofilia, espionaje y tortura. Todo comenzó con un predicador fugitivo que llegó escapando de la justicia alemana. y terminó colaborando con una de las dictaduras más sangrienta de Sudamérica.
Parral, 1961. Un grupo de inmigrantes alemanes desciende en medio del campo chileno, liderados por un hombre de voz mesiánica: Paul Schäfer, exenfermero de campaña nazi, exmilitar, predicador y prófugo por abusos sexuales contra menores en Alemania. Venía escapando, pero en Chile encontró algo más que refugio: encontró poder.
Fundaron lo que llamaron Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad, un supuesto refugio agrícola a 350 kilómetros al sur de Santiago. Era, en apariencia, un edén autosuficiente: colegio, hospital, panadería, talleres, todo gratuito y al servicio de la comunidad. Pero pronto, los rumores comenzaron a filtrarse: nadie entraba sin permiso y nadie salía.
La secta del terror
Colonia Dignidad era más que un asentamiento: era una secta. Rodeada de torres de vigilancia, alambradas electrificadas y perros adiestrados, Schäfer impuso un sistema de obediencia total. Separó familias, prohibió el contacto con el mundo exterior y convirtió a niños y adultos en mano de obra esclava. Las jornadas podían durar hasta 12 horas, pero lo peor no estaba en los campos: estaba en las cabañas ocultas, los sótanos sin ventanas, y las salas donde el terror tenía acento alemán.
Los abusos eran sistemáticos. Schäfer no solo violaba niños, también torturaba mujeres con electroshocks y las sometía a esterilizaciones forzadas. Su control era absoluto. El castigo era constante. Y el silencio, obligatorio.
La dictadura de Pinochet
Pero el infierno escaló en 1973. Cuando Augusto Pinochet dio su golpe de Estado, Schäfer encontró en la dictadura un nuevo aliado. En las sombras, pactó con la DINA, la policía secreta chilena comandada por Manuel Contreras, y puso la Colonia al servicio de la represión. Se convirtió en un centro clandestino de detención, donde cientos de opositores fueron interrogados, torturados o simplemente desaparecidos.
Uno de los lugares más siniestros era la llamada bodega de papas: un sótano oculto donde los prisioneros eran golpeados, electrocutados y sometidos a experimentos similares a los que aplicaban los nazis en la Segunda Guerra.
Testigos como el excolono Gerhard Mücke hablaron de cámaras de castigo, laboratorios médicos y un arsenal oculto destinado a la Operación Cóndor, la red continental de represión entre dictaduras del Cono Sur. Mientras tanto, el mundo miraba hacia otro lado.
La historia de Colonia Dignidad llega al cine
En 2015, la película «Colonia», protagonizada por Emma Watson y Daniel Brühl, trajo el caso al cine. En ella, una joven se infiltra en la Colonia para rescatar a su pareja secuestrada por la DINA. La ficción estaba basada en hechos reales, y el filme no ocultaba la complicidad de la Embajada de Alemania, que durante décadas negó, minimizó o ignoró las denuncias contra Schäfer.
Recién en 2016, Alemania desclasificó documentos que revelaban que Schäfer había ofrecido inteligencia política a cambio de protección estatal. En otras palabras, no era solo un abusador con ínfulas de profeta: era un informante estratégico en plena Guerra Fría.
El escape de sus líderes
Schäfer huyó en 1997 cuando comenzaron a caer las denuncias como un dominó imparable. Fue capturado en Argentina en 2005, extraditado y condenado en Chile a 33 años de cárcel. Murió en 2010 sin mostrar arrepentimiento. Su segundo al mando, Hartmut Hopp, escapó a Alemania, donde aún hoy camina libre a sus 81 años de edad por las calles de Krefeld, amparado por tecnicismos legales.
Pero la historia no se cerró allí. Tras el regreso de la democracia, Colonia Dignidad cambió su nombre a Villa Baviera y se convirtió, increíblemente, en un atractivo turístico. Hasta que en 2024, el gobierno de Gabriel Boric decidió actuar: expropió 117 hectáreas, incluyendo la antigua casa de Schäfer y la bodega de tortura, para transformarlas en un sitio de memoria. Colonia Dignidad fue una vergüenza para Chile y el mundo.