Hoy, lunes 31 de marzo, la Iglesia cristiana conmemora a San Benjamín de Persia, un diácono que vivió en el siglo V y cuya vida estuvo marcada por la persecución y el martirio.

Durante el reinado de Yazdegerd I, el Imperio Persa disfrutó de un breve periodo de tolerancia religiosa, lo que permitió a los cristianos practicar su fe libremente. Sin embargo, tras la muerte del rey, su sucesor, Bahram V, reanudó las persecuciones contra los cristianos con extrema severidad.

Comprometido con su fe

San Benjamín, un diácono profundamente comprometido con su fe, fue arrestado junto con otros cristianos y encarcelado durante varios años. A pesar de los intentos de obligarlo a renunciar a su fe y rendir culto a los dioses persas, se mantuvo firme en su convicción. Un embajador del emperador de Oriente intervino en su favor, logrando su liberación bajo la condición de que no predicara más el Evangelio.

Sin embargo, para San Benjamín, el silencio no era una opción. Apenas liberado, continuó su misión de anunciar el cristianismo con mayor fervor que nunca. Su predicación no pasó desapercibida, y pronto fue arrestado nuevamente y llevado ante el rey Bahram V. En el juicio, se le ofreció una vez más la posibilidad de salvar su vida si renunciaba a su fe, pero se negó rotundamente.

Un mártir que no renunció a Dios

El castigo impuesto a San Benjamín de Persia fue brutal: fue torturado de manera inhumana, clavándole estacas afiladas bajo las uñas y en diferentes partes del cuerpo, con la intención de hacerle renegar de su fe. Sin embargo, su espíritu permaneció inquebrantable hasta el final. Finalmente, fue ejecutado alrededor del año 424, alcanzando la gloria del martirio y siendo venerado como santo por la Iglesia.

Su ejemplo de valentía y fidelidad a su fe ha perdurado a lo largo de los siglos, y su memoria se celebra cada 31 de marzo como un testimonio inspirador para todos los cristianos.