Cada miércoles por la tarde, cuando el sol comienza a ceder sobre Manta, un grupo de vecinos se reúne en el barrio Córdova. No hay micrófonos ni tampoco documentos oficiales. Hay, en cambio, fotografías caseras, risas sueltas y una necesidad casi urgente de contar lo que fue, lo que aún queda y lo que el tiempo parece querer borrar.
El Córdova no es cualquier barrio. Aunque Manta cumplirá 103 años como cantón, este sector es mucho más antiguo: un pedazo vivo de historia sin acta de nacimiento. Ni en los archivos municipales los moradores han podido encontrar desde cuándo exactamente se le reconoce como barrio. Lo que sí saben —y lo defienden con orgullo— es que aquí se respira el alma fundacional de la ciudad.
El proyecto, liderado por el Departamento de Vinculación de la Universidad Eloy Alfaro, busca precisamente eso: rescatar la memoria oral antes de que el olvido la entierre. Y lo que han ido desenterrando no son solo recuerdos, sino verdaderas joyas que conforman el ADN de este lugar.
El barrio de los millonarios
Uno de los relatos más vívidos es el de una antigua cancha de fútbol, hoy desaparecida, que hace más de seis décadas dividía y, al mismo tiempo, unía al barrio. En ese entonces, el Córdova estaba marcado por una línea invisible: de un lado, los pobres —pescadores artesanales, estibadores, albañiles, carpinteros— y, del otro, los llamados “millonarios”: empresarios, dueños de barcos y profesionales que vivían tras altos muros y jardines bien cuidados.
Ambos grupos apenas se cruzaban. Pero había días cuando la tierra de la cancha se agitaba y todos eran iguales bajo el sol. Allí, los muchachos de los sectores más humildes, entre los 12 y 15 años, solían ganar siempre, sin importar si del otro lado estaban los hijos de los acaudalados.
Entre ellos destacaba un personaje entrañable: Cristóbal Cevallos, más conocido como “Caballa”, que jugaba descalzo, con una agilidad que hacía temblar hasta al más robusto rival. A un costado del campo, los árboles de tamarindo y grosella servían como techo para los espectadores.
La caverna misteriosa y la Diosa Umiña
Pero el Córdova no solo ha sido cancha y rivalidades. Ha sido también escenario de anécdotas que parecen sacadas de una película de Indiana Jones, como aquella que ocurrió hace unos 65 años.
Según cuentan, unos albañiles que cavaban para levantar una casa se toparon con una piedra. Al golpearla, una y otra vez, descubrieron lo que parecía ser la entrada a una caverna. Y entonces alguien se atrevió a decir lo impensado: que allí, quizá, podía estar la Diosa Umiña, esa mítica figura de la cultura Manteña, una representación femenina con una esmeralda en la frente que, según la leyenda, tenía poderes curativos.
El revuelo fue tal que al lugar llegó el historiador Viliulfo Cedeño con tres hombres fuertes, una polea y una planta de luz. Bajaron uno a uno, con fundas de lana, buscando algo que pudiera cambiar la historia arqueológica del país. La historia se fue enfriando. Un posible comprador quiso quedarse con el terreno, pero no se llegó a ningún acuerdo. Al final, se construyó la casa y, encima del orificio, una letrina. Así, literalmente, se enterró el asunto.
Los bailes de los sábados en el Córdova
Y si la historia del Córdova tuviera banda sonora, esa sería la que sonaba cada sábado por la noche en casa de Dioselina López, conocida como “la señora Diosa”. Su sala se convertía en pista de baile. Ella ponía la casa, otro vecino traía la música, y las cervezas las vendía ella misma. No había fiesta sin ella, y su casa era el corazón palpitante del barrio. Entre cumbia y pasillos, se tejieron romances, se olvidaron penas y se celebró la vida.
Hoy, esos relatos no están en libros ni en museos. Pero viven en cada reunión de los miércoles. Son voces que se niegan a desaparecer. Porque el Córdova no es solo un barrio: es una cápsula del tiempo, una memoria colectiva en construcción.
Y mientras haya alguien que recuerde a “Caballa” corriendo descalzo, a “la señora Diosa” sirviendo cerveza, o la caverna que pudo haber cambiado todo, el Córdova seguirá siendo mucho más que un punto en el mapa: será el alma antigua de una ciudad que aún tiene mucho por contar.