La ansiedad de alto funcionamiento afecta a millones de profesionales jóvenes que, pese a cumplir con exigencias laborales y proyectar éxito, enfrentan una lucha interna marcada por estrés crónico, insomnio y fatiga. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos de ansiedad impactan a más de 300 millones de personas globalmente, pero muchos casos permanecen sin diagnosticar. Este fenómeno, cada vez más común en adultos de 25 a 40 años, se agudiza en un entorno que glorifica la productividad.
Un trastorno camuflado en la rutina
La ansiedad de alto funcionamiento se caracteriza por permitir a quienes la padecen mantener un desempeño sobresaliente mientras lidian con síntomas como palpitaciones, sensación de urgencia constante y dificultades para descansar. A diferencia de otras formas de ansiedad, no suele manifestarse en crisis visibles, lo que dificulta su identificación. “Estas personas parecen tenerlo todo bajo control, pero viven en un estado de tensión permanente, impulsadas por el miedo al fracaso o a no cumplir expectativas”, explica Carolina Mejía, psicóloga clínica especializada en salud mental laboral.
La OMS reporta que los trastornos de ansiedad son la sexta causa principal de discapacidad a nivel mundial, especialmente en países desarrollados donde las demandas laborales son intensas. En particular, las mujeres jóvenes enfrentan una presión adicional debido a roles múltiples, como equilibrar carreras profesionales con responsabilidades personales.
Factores detrás del aumento
La cultura de la hiperconexión y la glorificación del multitasking son catalizadores clave. Las redes sociales, el acceso constante a correos electrónicos y la expectativa de disponibilidad 24/7 han normalizado un ritmo de vida que perpetúa el estrés. Un estudio de la Universidad de Harvard (2023) encontró que el 62% de los profesionales jóvenes reporta síntomas de ansiedad relacionados con el trabajo, pero solo el 20% busca ayuda profesional.
“La sociedad premia la productividad a cualquier costo, y eso tiene un precio invisible”, afirma el Dr. Robert Sapolsky, neurocientífico de la Universidad de Stanford. “El cerebro humano no está diseñado para sostener niveles crónicos de estrés sin consecuencias a largo plazo, como problemas cardiovasculares o trastornos del sueño”.
Impacto en la salud y el trabajo
A pesar de su capacidad para cumplir con plazos y mantener una imagen de éxito, los profesionales con ansiedad de alto funcionamiento enfrentan riesgos significativos. La fatiga crónica, el insomnio y la irritabilidad afectan no solo su bienestar, sino también su productividad a largo plazo. La OMS estima que los trastornos de ansiedad generan pérdidas económicas globales de hasta un billón de dólares anuales debido a la disminución de la eficiencia laboral y los costos asociados al tratamiento de problemas derivados, como enfermedades cardiovasculares.
Además, la falta de diagnóstico agrava el problema. “Muchos no reconocen que lo que sienten es un trastorno porque asumen que es parte del trabajo moderno”, señala Mejía. Esto lleva a un círculo vicioso donde el estrés se normaliza, retrasando la búsqueda de ayuda.
Hacia una mayor conciencia
Los expertos coinciden en la necesidad de promover entornos laborales que prioricen la salud mental. Iniciativas como pausas activas, acceso a terapia psicológica en el trabajo y campañas de sensibilización pueden marcar la diferencia. “Es crucial desestigmatizar la ansiedad y fomentar la detección temprana”, subraya Sapolsky.
En conclusión, la ansiedad de alto funcionamiento es un desafío silencioso que requiere atención urgente. A medida que la presión laboral sigue creciendo, reconocer y abordar este trastorno será clave para proteger la salud mental de millones de profesionales jóvenes.
Estudios previos
El tema de la ansiedad de alto funcionamiento ha ganado relevancia en la última década debido al aumento de las demandas laborales y la influencia de la tecnología en la vida diaria. Estudios previos, han documentado el impacto de los trastornos de ansiedad en la población trabajadora, especialmente en generaciones jóvenes. La normalización del estrés crónico y la falta de educación sobre salud mental han contribuido a que este problema pase desapercibido, afectando tanto a individuos como a sistemas económicos globales.