Andrés Drouet Salcedo es un sacerdote católico nacido en Guayaquil, con raíces en Manta y formación en Cádiz, España. Ordenado a los 29 años, tras estudiar tres años de ingeniería industrial, dedicó ocho años al ministerio en España antes de regresar a Ecuador en 2011 para cumplir su sueño de una experiencia misionera. Influenciado por su madre, Ana Rosa Salcedo, Drouet combina su vocación pastoral con una pasión por educar, especialmente a los jóvenes.
¿Cómo nació su vocación sacerdotal?
No fue algo que pensé de niño, aunque crecí en una familia católica de fe profunda, especialmente por mi madre. A los 16 años, la rectora de mi colegio me preguntó si había considerado ser sacerdote, pero lo descarté. Fue en Cádiz, durante mi tercer año de ingeniería, tras un retiro espiritual, cuando tuve una experiencia personal con Cristo. Después de un año de discernimiento, ingresé al seminario en España, donde estudié siete años y me ordené a los 29.
¿Qué lo motivó a regresar a Ecuador tras ocho años como sacerdote en España?
Siempre quise vivir una experiencia misionera en mi tierra. Mi obispo en España me animó a hacerlo antes de que las responsabilidades me ataran allá. En 2011, llegué a Manta, y en 2012, el obispo Lini me encomendó convertir la capilla de la Dolorosa en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, donde sigo trabajando.
¿Cómo surgió la idea de crear la Unidad Educativa Nazaret?
La educación siempre estuvo en el corazón de mi proyecto misionero, inspirado por mi madre, Ana Rosa, una educadora apasionada por los jóvenes. Al llegar a Manta, creamos la Fundación Comunidad de Reinserción en Esperanza y Amor, enfocada en la formación. Inicialmente, ofrecimos talleres artesanales, pero mi madre insistía en trabajar con adolescentes. Tras su fallecimiento en 2018, presenté la solicitud para el colegio, que fue aprobada en tres semanas. En 2019, abrimos con 60 estudiantes; hoy tenemos 125, desde inicial hasta bachillerato.
¿Cómo maneja el colegio el acceso a la educación en un contexto económico difícil?
Somos un plantel privado, pero el 40% de nuestros estudiantes recibe becas parciales, hasta del 90%, gracias a padrinos locales. No ofrecemos becas totales porque creemos que el esfuerzo personal fomenta el valor de la educación. A pesar de la pandemia, que obligó a muchos colegios a cerrar, logramos consolidarnos.
Su proyecto de reforestación es ambicioso. ¿Cómo nació y en qué etapa está?
Surge de la necesidad de responder al cambio climático, tras la sequía y los cortes eléctricos de 2024. Queremos que los jóvenes sean conscientes de su entorno. Iniciamos una huerta con agroecología y un semillero y en seis meses hemos plantado 3.200 árboles, con una meta de 50.000 en dos años. Aunque una inundación afectó nuestro semillero, la comunidad sigue comprometida y ahora involucramos a urbanizaciones y colegios para “reverdecer” Manta.
¿Qué papel juega su madre en su trayectoria?
Mi madre, Ana Rosa, fue mi mayor influencia después de Dios. Me transmitió la fe y la pasión por educar. Incluso en su último año, luchando contra el cáncer, me insistía en trabajar con los jóvenes. Desde su partida en 2018, siento que ella guía el proyecto del colegio desde el cielo.
¿Qué planes futuros tiene para la parroquia y la fundación?
Queremos consolidar el colegio y abrir un instituto superior católico, aunque los cambios políticos han retrasado los permisos. En la parroquia San Martín de Porres, trabajamos en proyectos silenciosos, como misas en las calles para llevar paz a barrios con violencia, y un comedor para dignificar a las familias. También soñamos con expandir el centro de formación artesanal.