A sus 97 años, María Esperanza Corrales sostiene un legado de fritadas en Santo Domingo

María Esperanza Corrales, de 97 años, es el corazón de un negocio de fritadas que comenzó en Latacunga y se consolidó en Santo Domingo.
A sus 97 años, María Esperanza Corrales sostiene un legado de fritadas en Santo Domingo
María Esperanza acompañada de tres de sus nueve hijos.
A sus 97 años, María Esperanza Corrales sostiene un legado de fritadas en Santo Domingo
María Esperanza acompañada de tres de sus nueve hijos.

Ligia Elena Mendoza Z.

Redacción ED.

Ligia Elena Mendoza Z.

Redacción ED.

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, especialidad Periodismo, en la Universidad Laica Eloy Al... Ver más

En junio de 2025, María Esperanza Corrales, de 97 años, recibió un reconocimiento del municipio de Santo Domingo, Ecuador, por su emprendimiento de fritadas, un negocio que inició en Latacunga hace décadas. Desde su hogar en la avenida Tsáchila, ella y su familia mantienen un legado que ha educado a nueve hijos y sigue atrayendo clientes fieles.

Cada mañana, a las 5 de la mañana, María Esperanza Corrales viuda de Herrera despierta en su casa en la avenida Tsáchila, en Santo Domingo. Desde su ventana, observa el bullicio de la ciudad mientras reza, con las manos unidas y la mirada al cielo, repitiendo su frase característica: “Bendito sea Dios”. A sus 97 años, esta mujer de origen latacungueño enfrenta el dolor de sus rodillas, que la obliga a usar silla de ruedas, con una fortaleza que parece inquebrantable. Su vestido rosado resalta su figura delicada, y su risa constante refleja una vida de esfuerzo y fe.

María no permite que la llamen “abuelita”. Sus nietos la llaman “mamita”, un término que ella prefiere y que refleja su calidez. Sus manos arrugadas, testigos de casi un siglo de trabajo, aún cuentan las monedas al final del día, demostrando una memoria lúcida. Su dieta, basada en máchica, colada, melloco y arroz de cebada, típica de la sierra ecuatoriana, la mantiene fuerte, sin diabetes ni presión alta, según sus hijos.

Los orígenes de las fritadas de María Esperanza Corrales

El negocio de fritadas que hoy lleva su sello comenzó en Latacunga, en los años 30. A los nueve años, María acompañaba a su abuela al mercado La Merced, cargando canastas con ají, maíz y fundas. La familia tenía molinos, y las fritadas se preparaban con recetas tradicionales que pasaban de generación en generación. Tras la muerte de su abuela, María tomó el control del negocio, que creció cuando se casó y tuvo nueve hijos.

En Latacunga, la familia vivía en San Felipe, y María caminaba hasta el mercado La Merced para vender. “Desde tercer o cuarto grado, ella ya trabajaba”, cuenta Nancy, una de sus hijas. Con solo educación primaria, María aprendió el oficio con disciplina. Las fritadas se vendían en una batea, y el puesto en el mercado se convirtió en un punto de referencia. Cuando su abuela falleció, María asumió la responsabilidad total, y el negocio se expandió.

En los años 60, María y su esposo se establecieron en la calle Dos de Mayo y Juan A. B. Echeverría, frente a la Plaza del Salto, hoy el motor comercial de Latacunga. Allí, las fritadas de María ganaron fama. “Todos nos conocían por la fritada”, recuerda Roberto, otro de sus hijos. El negocio permitió que los nueve hijos estudiaran, y todos se graduaron en la Universidad Central. Uno de ellos, el mayor, obtuvo un puesto como profesor en el Colegio Técnico de Santo Domingo tras un concurso en 1979, lo que marcó el inicio de una nueva etapa.

María Esperanza vive acompañada de tres de sus hijos.

La expansión hacia Santo Domingo

En 1979, la familia Corrales se mudó a Santo Domingo, atraída por la oportunidad laboral del hijo mayor. Alquilaron una casa de madera en la avenida Quito, propiedad de la familia Morocho, cerca del colegio Hispanoamérica. La casa, vieja y con paredes de cemento por fuera, era sencilla, pero sirvió para instalar el negocio. Al principio, lo llamaron “chugchucaras”, pero los clientes lo renombraron “Las Fritadas del Técnico”, por su cercanía al Colegio Técnico.

El negocio prosperó gracias a la calidad de sus productos. “Usamos Pronaca, nada de cuero ni grasa”, explica Nancy. Los clientes, desde estudiantes hasta profesionales, se volvieron fieles. “Un coronel de la policía, jubilado, aún viene a comer las empanadas de mamita”, cuenta Roberto. La familia atendía todos los días, pero con el tiempo, la operación se redujo a viernes, sábado y domingo, debido a la falta de personal y los compromisos de los hijos.

María, aunque ya no cocina, sigue siendo el alma del negocio. Cada día, sus hijos la bajan en silla de ruedas al local, donde ella supervisa y cuenta el dinero. “Sabe cuánto hay, sin equivocarse”, dice Nancy. Su presencia es un símbolo de continuidad para los clientes, muchos de los cuales la conocen desde hace décadas.

Reconocimientos y resiliencia de María Esperanza Corrales

En mayo de 2025, el municipio de Santo Domingo otorgó a María un reconocimiento por su contribución al emprendimiento local. No fue el primero: hace cuatro años recibió otro, y medios como El Comercio y La Hora han destacado su historia. Sin embargo, María es reacia a la publicidad. “El negocio es nuestro, y debe seguir igual”, dice, según sus hijos.

El traslado a un local propio hace años trajo desafíos. La competencia en Santo Domingo creció, y la clientela disminuyó ligeramente. “Hay mucha competencia, pero mantenemos nuestra clientela de años”, explica Nancy. La familia no ha bajado precios ni cambiado la calidad, lo que les permite sostener el negocio. “No es como antes, pero seguimos”, añade Roberto.

La unión familiar es clave. Aunque dos hijos fallecieron (una médica y un licenciado), los siete restantes, todos profesionales, se reúnen en fechas como Navidad o el Día de la Madre. Los diez nietos llaman a Maríamamita” y la visitan con frecuencia, manteniendo el legado vivo.

Un legado de fe y  fortaleza

María perdió a su esposo en 1980 por un infarto, quedándose sola con nueve hijos. “Con mi negocio los privé a todos”, dice con orgullo. Su fe católica la sostiene. Cada mañana, desde su ventana, reza y observa la ciudad. A pesar de una reciente infección, su salud es sorprendente. “No tiene nada grave, solo las rodillas”, asegura Roberto.

La dieta de María, basada en alimentos tradicionales como máchica y melloco, refleja su conexión con la sierra. “Eso la mantiene fuerte”, dice Nancy. Su memoria, intacta, le permite recordar detalles del negocio y de su vida en Latacunga. Aunque no maneja tecnología, María sigue involucrada, supervisando desde su silla de ruedas.

El impacto de un ícono local

El negocio de María no solo ha sostenido a su familia, sino que ha dejado huella en Santo Domingo. Clientes de generaciones recuerdan sus fritadas, y el nombre “Las Fritadas del Técnico” es un ícono local. La familia enfrenta retos, como la competencia y la falta de personal, pero mantiene el negocio con esfuerzo. “Vivimos de nuestra clientela de años”, dice Nancy.

Santo Domingo ha cambiado desde 1979. “Era una ciudad triste, con pocas calles”, recuerda Roberto. Hoy, es un centro gastronómico, y las fritadas de María son parte de su identidad. Según el INEC, el 60% de los negocios en Ecuador son familiares, y mujeres como María son pilares de esta tradición.

María, con su risa y su fe, sigue siendo el corazón del negocio. Desde su silla de ruedas, en la avenida Tsáchila, representa la resiliencia de una familia que, desde Latacunga, construyó un legado en Santo Domingo.

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