La fotografía que sacudió al mundo: la tragedia detrás de “El buitre y la niña”

En marzo de 1993, en la aldea sudanesa de Ayod, el fotógrafo sudafricano Kevin Carter capturó una imagen que se convirtió en un ícono del sufrimiento humano: un niño desnutrido
El 26 de marzo 1993, The New York Times publicó la foto de Carter con la leyenda "Una niña pequeña, debilitada por el hambre, se derrumbó recientemente a lo largo del camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Cerca, un buitre esperaba"
El 26 de marzo 1993, The New York Times publicó la foto de Carter con la leyenda "Una niña pequeña, debilitada por el hambre, se derrumbó recientemente a lo largo del camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Cerca, un buitre esperaba"
El 26 de marzo 1993, The New York Times publicó la foto de Carter con la leyenda "Una niña pequeña, debilitada por el hambre, se derrumbó recientemente a lo largo del camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Cerca, un buitre esperaba"
El 26 de marzo 1993, The New York Times publicó la foto de Carter con la leyenda "Una niña pequeña, debilitada por el hambre, se derrumbó recientemente a lo largo del camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Cerca, un buitre esperaba"

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

Marzo de 1993. En el corazón devastado de Sudán, un niño —en un principio, se creyó que era una niña— yace desnutrido, encorvado sobre la tierra reseca.

A pocos pasos, un buitre espera. Kevin Carter no disparó un arma: disparó su cámara. Y esa fotografía, publicada por The New York Times, se convertiría en un símbolo gráfico de la miseria africana y en una herida abierta para la humanidad.

Fue una imagen que sacudió conciencias, que ganó un Pulitzer, que llevó a Carter a la cima y al abismo. Porque detrás de ese obturador, también se retrató su propio tormento.

El vuelo del buitre

Carter había llegado a Sudán junto a su colega João Silva, en una misión organizada por Naciones Unidas. La parada en la aldea de Ayod, al sur del país, duró apenas media hora. Era tiempo suficiente para registrar lo innombrable.

El fotógrafo vio al niño, después identificado como Kong Nyong, desplomado por el hambre, y al buitre posado detrás, acechante. Buscando el mejor encuadre, Carter esperó más de 20 minutos para captar el momento exacto. Luego, espantó al ave, se alejó unos pasos, se encendió un cigarrillo y lloró.

El 26 de marzo, el diario neoyorquino publicó la imagen en un artículo sobre la guerra civil sudanesa. El pie de foto decía: “Una niña pequeña, debilitada por el hambre, se derrumbó recientemente a lo largo del camino hacia un centro de alimentación en Ayod. Cerca, un buitre esperaba”.

La reacción fue inmediata. Centenares de lectores llamaron al periódico para saber si la niña había sobrevivido. La redacción se vio obligada a publicar una nota aclaratoria: Carter había informado que el niño logró recuperarse y continuó su camino. Años más tarde, se sabría que Kong murió en 2008, víctima de una fiebre.

La consagración y la condena

La fotografía fue premiada con el Pulitzer en 1994. Pero la gloria venía envenenada. En lugar de laureles, muchos ofrecieron reproches. ¿Debió haber ayudado al niño antes de retratarlo? ¿Era el fotógrafo un testigo o un cómplice pasivo del sufrimiento? Las preguntas lo cercaron, lo juzgaron, lo hirieron. Y a Carter lo empezaron a llamar “el segundo buitre”. Lo que el mundo no sabía es que esa no era su primera imagen del horror.

Un lente entre el fuego cruzado

Kevin Carter formó parte del Bang-Bang Club, un grupo de reporteros gráficos sudafricanos que documentaron los últimos estertores del apartheid (la segregación racial)  con una mezcla de valentía, obsesión y desgarro. Junto a Greg Marinovich, João Silva y Ken Oosterbroek, se metió en zonas de guerra urbana, cámaras al cuello, ojos bien abiertos. Sobrevivieron al fuego cruzado para contar la historia. Pero no salieron ilesos.

El 18 de abril de 1994, a solo nueve días de las primeras elecciones libres en Sudáfrica, Oosterbroek fue asesinado durante un enfrentamiento. Carter, ya premiado por el Pulitzer, quedó devastado.

La presión mediática, la culpa, las deudas, el dolor y los fantasmas lo empujaron al límite. El 27 de julio de ese mismo año, estacionó su camioneta cerca del río Braamfontein Spruit, un lugar de su infancia. Conectó una manguera al caño de escape, inhaló monóxido de carbono y se fue. Tenía 33 años.

En su nota final dejó escrito: “Estoy deprimido… atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres, del morir del hambre, de los niños heridos… He ido a unirme con Ken, si tengo suerte”.

La fotografía que dolió demasiado

“El buitre y la niña” —así fue rebautizada la imagen— quedó para siempre como una representación brutal de lo que Carter vio y no pudo olvidar. Un retrato que también lo retrató a él. No sólo como fotógrafo. También como hombre.  “Kevin siempre llevó consigo el horror del trabajo que hizo”, dijo su padre el día que encontraron su cuerpo.

Ese día, el mundo perdió a un testigo. Y ganó una pregunta que aún resuena: ¿hasta dónde puede un periodista mirar el dolor sin quebrarse?

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