La noche del 12 de febrero de 1949, el cielo de Quito se llenó de miedo. En la penumbra de las casas, donde apenas brillaban los radios encendidos, una voz irrumpió como una alarma: «¡Nos invaden los marcianos, los marcianos!», gritó el locutor Raúl López por Radio Quito.
La noticia cayó como un rayo. Nadie advirtió que todo era una ficción: una adaptación de La guerra de los mundos, la novela de H.G. Wells. Tampoco hubo aviso de que aquella transmisión era un experimento sonoro, inspirado en el que once años antes, en Nueva York, había dirigido Orson Welles. No, en Quito, la advertencia se tomó como verdad absoluta.
Todo había comenzado con alegría. Aquella noche, Radio Quito prometía «un programa inolvidable», con la participación estelar del dúo Benítez y Valencia. La música llenaba el aire hasta que, de repente, la emisión fue interrumpida. La voz de López volvió, quebrada, urgente: «¡Nos invaden los marcianos, marcianos, cianos…!». La música calló. Y comenzó la crónica en vivo del supuesto fin del mundo.
Una ciudad al borde del pánico
La ficción se hizo real en cuestión de minutos. Otro locutor, Luis Beltrán, tomó el relevo y relató en tono grave la caída de objetos no identificados en Cotocollao, al norte de la ciudad. «La civilización está herida de muerte… Aceptemos lo irremediable», anunció con solemnidad.
No faltaron las voces oficiales: el alcalde, el arzobispo y hasta el ministro de Gobierno se sumaron al engaño, confirmando la tragedia y advirtiendo que las armas ecuatorianas eran inútiles ante la tecnología marciana. La ciudad, confundida y aterrada, ya no distinguía la ficción de la realidad.
A las nueve y dieciocho minutos, un supuesto reportero narró desde Cotocollao la aparición de dos figuras gigantes, parecidas a torres eléctricas, que lanzaban un líquido destructor. Los quiteños, atrapados entre la credulidad y el pánico, buscaron refugio o se lanzaron a las calles en busca de respuestas.
La furia después del engaño
Cuando la confusión era insostenible, Leonardo Páez, creador de la radionovela, intentó detener la avalancha. Tomó el micrófono y confesó: “Soy Leonardo Páez. Esta es una adaptación de La guerra de los mundos. No fui desintegrado por seres fantásticos. Estoy vivo”.
Pero ya era tarde. El miedo se transformó en furia. Una multitud enfurecida asaltó las instalaciones de Radio Quito —sede también del diario El Comercio—. Rompieron puertas, rociaron gasolina, incendiaron el primer piso. El fuego, alimentado por las propias páginas del periódico, consumió el edificio.
Al amanecer del 13 de febrero, el centro de Quito parecía, irónicamente, una ciudad invadida por fuerzas de otro mundo. Seis personas murieron en el incendio.
Leonardo Páez fue absuelto por un juez, pero no por la ciudad. Marcado por el escándalo, se exilió en Venezuela, donde murió en 1992. La noche en que los marcianos invadieron Quito quedó, para siempre, como una de las páginas más increíbles de la historia ecuatoriana.