El fútbol fue apenas la chispa de una guerra entre dos naciones hermanas. Era 1969, y en Centroamérica, Honduras y El Salvador se preparaban para enfrentarse en la cancha por un boleto al Mundial de México 1970. Lo que debía ser solo una serie clasificatoria terminó avivando viejos rencores y desató un conflicto sangriento que incendió la región.
El primer partido se jugó en Tegucigalpa. En un ambiente cargado de tensiones, Honduras logró una apretada victoria por 1-0. Una semana después, en San Salvador, El Salvador devolvió el golpe con contundencia: goleó 3-0, desatando una ola de fervor y rencores que ya latía bajo la superficie. Todo quedaría definido en un tercer encuentro, en terreno neutral. Sin embargo, el balón no era lo único en disputa.
Más allá de la cancha
Mientras los equipos se preparaban para el desempate, las relaciones diplomáticas entre ambos países colapsaban. En Honduras, el presidente Oswaldo López Arellano impulsó una reforma agraria que prometía tierras a los ciudadanos locales. Pero en vez de afectar a las élites o a las compañías extranjeras, la medida apuntó contra los inmigrantes salvadoreños, expulsando a unos 11.000 de ellos en un éxodo forzado que agravó un resentimiento ya añejo.
El Salvador, pequeño y densamente poblado, con tres millones de habitantes y tierras monopolizadas por una élite rica, había empujado durante décadas a sus campesinos pobres hacia la frontera hondureña. Allí, en un país cinco veces más grande pero menos poblado, miles de salvadoreños hallaron una oportunidad de subsistencia. Para 1969, se estimaba que 300.000 salvadoreños vivían en Honduras.
La migración, promovida como una válvula de escape para calmar las tensiones internas, terminó siendo un polvorín. En las zonas rurales hondureñas, los campesinos locales veían en los migrantes no aliados, sino competidores, mientras las élites se mantenían intactas.
La batalla final en México
El 26 de junio, en el imponente Estadio Azteca de Ciudad de México, se jugó el desempate. En un partido vibrante, El Salvador venció 3-2 y selló su pase al Mundial. Pero en los corazones de ambos pueblos, el resultado deportivo ya era lo de menos.
Menos de un mes después, el 14 de julio, El Salvador lanzó una ofensiva militar contra Honduras. Así comenzó la llamada «Guerra del Fútbol», una confrontación breve pero brutal que, en apenas cuatro días, dejó cerca de 5.000 muertos y profundizó las heridas entre dos naciones hermanas.
El conflicto se detuvo gracias a una mediación internacional, pero las cicatrices quedaron. En el Mundial, El Salvador naufragó: tres derrotas, nueve goles en contra, ninguno a favor. Regresó a casa sin gloria, mientras el eco de una guerra absurda seguía resonando en cada rincón de Centroamérica.