Hace una semana salí con una amiga a tomar un yogurt. Somos contemporáneas, compartimos el amor por el deporte, el fitness y, por allí, una especie de iniciación en el budismo zen, aquella espiritualidad que permite, o contribuye, a sentirse en plenitud.
Conversamos de varios tópicos y me sorprendió —a la vez que me dejó pensando— cuando me preguntó: ¿cuál ha sido el momento en el que te has sentido más plena en tu vida? Prosiguió diciendo que su mejor etapa era ahora, mucho más que a sus veinte y tantos, y que aquello era el resultado de un trabajo integral: espiritual, material, familiar, intelectual.
En mi interior pensé que el ahora siempre debe ser el mejor momento, la experiencia más increíble; pero, del zen a la práctica, cuán difícil es el camino. En ese desarrollo interior me referiré a tres características de la generación millenial, por poner una etiqueta cronológica, que dificultan celebrar el presente: el anhelo, el ego y la búsqueda de aprobación.
El anhelo es querer siempre más en todo sentido. Quizás de una manera equilibrada, con una competitividad y ambición sanas, se mantiene al individuo motivado y disciplinado, permitiéndole alcanzar metas. Ahora, en ese camino, si no se disfrutan los logros conseguidos, sean materiales o espirituales, la insatisfacción y la infelicidad no permitirán apreciar el recorrido. Entonces ningún esfuerzo o meta cumplida será valorada y se seguirá acrecentando una ambición desmedida que resultará en frustración. Nuestra generación maduró creyendo que el duro trabajo y el estudio garantizan el éxito, pero ¿a qué costo?
Luego está el ego, la mente que compara, etiqueta y se construye con recuerdos o miedos, y que aleja del verdadero yo. Se busca obtener validación o tener control en base a una ilusión creada por la mente. Los millennials crecimos con Facebook, Instagram y otras redes sociales donde la imagen (irreal) es un eje central y donde los likes y seguidores aportan validación. El ego se compara con el otro, provocando ansiedad y burnout (síndrome de desgaste profesional). Es verdad que nuestro perfeccionismo laboral ha abierto nuevos descubrimientos en el arte, las ciencias, lo social y el desarrollo humano; estamos en pleno auge del conocimiento e intelectualismo. Sin embargo, podemos seguir prosperando cuidando al niño interior.
El ego, finalmente, se relaciona con la búsqueda de aprobación, el deseo de ser aceptado y reconocido en la sociedad, dando como resultado una superficialidad que niega al individuo, convirtiéndolo en esclavo. Con seguridad otros aspectos generacionales frenan disfrutar el presente, y cada generación tendrá sus propios desafíos en base a sus experiencias y acontecimientos históricos. La pregunta diaria, junto a la oración, sería: ¿cuán pleno me siento el día de hoy? ¿Estoy honrando la oportunidad de vivir? ¿Cómo alcanzar la plenitud?