La noche del martes mantuve un diálogo ameno y muy dinámico con Lenin Artieda, periodista de gran trayectoria, agudeza mental y buenos modos.
Abordamos temas como la calidad de los asambleístas que nos representan. En particular, nos referimos a aquel con denuncias de violación y al joven con espuelas grandes que hacía garabatos en el lugar de trabajo.
Detrás de estas personas están las viejas y nuevas élites políticas, los dueños del poder, que se niegan a la alternabilidad partidaria y a la democracia interna, y que gustan de alzamanos y lisonjeros: caudillos y propietarios de partidos y movimientos.
Para abordar el tema, debemos tener en cuenta que los actores señalados nacen en Ecuador, se forman en el interior de nuestras familias, adquieren saberes y conocimientos en nuestras comunidades, sociedades e instituciones educativas. Por consiguiente, se trata de un problema (blando), complejo y ambiguo, que carece de una definición clara y de soluciones obvias o método de solución únicos.
Para tratar de explicarlo, acudiré a las categorías: anomia, desinstitucionalización e impunidad.
La anomia, en su esencia, es el vaciamiento de normas y valores, pero también el reemplazo por algo aparentemente nuevo. La cuestión está en que las normas guían el comportamiento individual y colectivo, y en nuestro país el registro de corrupción, los altos niveles de violencia y criminalidad muestran una erosión de los valores que cimentaron la confianza y la cooperación, desdibujando las líneas entre lo lícito y lo ilícito, generando un cinismo generalizado.
A la anomia la acompaña la desinstitucionalización, proceso definido como desmantelamiento de las instituciones democráticas y pulverización de la credibilidad institucional. Según la cual, los ciudadanos percibimos que las reglas no se aplican por igual a todos, que la meritocracia es una quimera y que los canales formales de participación y control resultan ineficaces. Esto conduce a una sensación de “vale todo” y a la deslegitimación de la política como escenario de diálogo, debate y herramienta de cambio.
Todo este desorden se refuerza a partir de la impunidad, que es, quizás, el factor más corrosivo de la crisis ecuatoriana, ya que retroalimenta y agrava la anomia y la desinstitucionalización al convertirse en un incentivo para la reincidencia, al tiempo que desincentiva a aquellos que buscan actuar dentro de la legalidad.
La desintegración de normas, fragilidad institucional y ausencia de consecuencias por actos ilícitos se retroalimentan, impidiendo la construcción de una verdadera representación política y un proyecto de país. Revertir esta situación exige la jubilación de los caudillos, la ética práctica de la nueva élite, fortalecer el tejido social y familiar, y un gran acuerdo en favor del Estado de Derecho.