Al conmemorarse 9 años del terremoto de Pedernales (16 de abril de 2016), Ecuador no solo recuerda la tragedia que cobró centenares de vidas, sino que enfrenta una pregunta incómoda: ¿estamos preparados para proteger un recurso vital como el agua ante un nuevo sismo?
La vulnerabilidad de la infraestructura hidráulica —redes de distribución, presas, plantas de tratamiento— sigue siendo una bomba de tiempo en un país atravesado por fallas geológicas.
Ecuador, ubicado en el Cinturón de Fuego del Pacífico, tiene su historia sísmica escrita en escombros. Sin embargo, el agua, elemento esencial para la vida y la economía, carece de una estrategia resiliente. Durante el terremoto de 7,8 Mw, el colapso de tuberías en Manabí dejó a miles sin acceso al agua. No fue un daño colateral, sino un síntoma de un mal estructural: sistemas obsoletos y planes de mantenimiento ausentes.
La infraestructura hidráulica ecuatoriana se asemeja a un cuerpo frágil. Las redes de distribución, muchas construidas hace décadas con estándares anticuados y sin refuerzos antisísmicos. Las presas, vital elemento estructural que garantiza el agua para los diferentes usos y aprovechamiento, no cuentan con protocolos de monitoreo en tiempo real que permitan detectar fisuras ante movimientos telúricos. Peor aún, en proyectos hidráulicos donde las tuberías se entierran sin aislantes que amortigüen las ondas sísmicas, multiplicando el riesgo de fracturas y contaminación.
El terremoto de Pedernales dejó una lección clara: la falta de agua potable posdesastre agrava la emergencia. En 2016, la mezcla de cañerías rotas y aguas servidas generó brotes de enfermedades, mientras comunidades enteras dependían de camiones cisterna. Con parte de la población viviendo en zonas de riesgo, repetir ese escenario sería catastrófico.
Aunque existen avances —como la Norma Ecuatoriana de la Construcción (NEC), que incluye parámetros antisísmicos—, su aplicación en sistemas hidráulicos es irregular. Proyectos emblemáticos, como los multipropósitos y la repotenciación de plantas de tratamiento, avanzan lentamente. Ecuador podría adoptar soluciones tecnológicas de mitigación, como Japón y Chile, priorizando zonas críticas. Invertir en resiliencia hídrica no es un gasto, es un seguro de vida.
Un llamado a la acción. La próxima vez que la tierra tiemble, el acceso al agua no puede depender de la suerte. Fortalecer la infraestructura hidráulica es un acto de justicia social y un deber con el futuro. Como dijo el geógrafo Carlos Sánchez: “En Ecuador, o aprendemos a construir con la tierra que se mueve, o seguiremos llorando sobre ruinas”.