La manabita, Olga Kuffo pasó más de 15 años en el magisterio. “Estudié para profesora en Instituto en Chone, luego en la universidad saqué la segunda licenciatura en Educación también”, cuenta.
Ganó concursos de méritos y logró nombramiento. “Trabajé 15 años en total en el magisterio como profesora”.
Además, levantó un pequeño negocio de decoración de eventos. Pero entonces llegó la pandemia. “Prácticamente mi negocio quebró… y las deudas se triplicaron con esos benditos créditos que te ayudaban… que si te acogías a la ayuda por el COVID, en vez de ayudarte, te subían los intereses”.
El primer intento de esta manabita en EE.UU.
A los 40 y un poquito, Olga tomó una decisión que hasta entonces parecía impensable: “Renuncié a mi trabajo en Ecuador”, recuerda. Viajó a Estados Unidos con visa. Primero probó suerte en Carolina del Sur, trabajando de noche en una fábrica.
“Trabajaba en las noches… ahí no había sueldo fijo… era según las horas, si había horas extra, si la producción se terminaba en tres horas, esa era tu día de trabajo”. Era duro, admite.
Luego volvió a Ecuador. “Estuve un año en Ecuador… y después, cuando estaba allá, estaba buscando un trabajo y me hablaron de una oportunidad en Nueva York”, explica. Las condiciones le parecieron mejores: “Te dan todo, te dan departamento, habitación, comida… y cobras tu sueldo de una”. Así se decidió a volver, esta vez para quedarse.
Trabajo puertas adentro y vida en Nueva York

Hoy, Olga Kuffo vive puertas adentro cuidando cuatro niños en una familia en Nueva York. “Llegué el 30 de julio… dos años tengo aquí”, dice. No habla inglés con fluidez, pero se apoya en la tecnología. “Nos comunicamos por medio del teléfono… con el traductor”.
Su trabajo empieza temprano. “Me levanto a las 7 y media de la mañana, subo a arreglar las camas… mientras la mamá les hace el desayuno para ir a la escuela”. Lava ropa, la seca, la dobla. “Los niños mismos suben su ropa y organizan en sus cajones”, cuenta. Los pequeños tienen reglas claras: “Si ensucian algo, tienen que secar… los están formando así” narra.
A la hora de la cena, suele prepararles chicken nuggets con papas, como bocaditos de pollo triturado que hacen bolita, se empanan y se fríen hasta que quedan doraditos y crujientes. “Los días lunes, porque se hace bastante… y cuando ellos quieren, sólo lo calientan en el horno”. El resto de días, la mamá cocina.
Rutina diaria, distancia familiar y contraste cultural
Después limpia la cocina y baja a su habitación. “No tengo hora fija… máximo que yo me quede, hasta las 8”. Aunque la rutina es menos exigente físicamente que la docencia, migrar después de los 40 trae otras cargas. “Es muy difícil… dejé dos hijos, mi esposo, mi mamá, mi papá… toda la familia allá”.
La nostalgia se alivia con videollamadas diarias. “Hablo diario con mi familia en Ecuador…”, dice. Vivir en Nueva York tampoco fue como lo imaginó. “Es una ciudad muy linda turísticamente… pero para vivir aquí es como muy acelerada”.
Se traslada en tren, Uber o bus para salir a misa o tomar café con otras ecuatorianas, explica.
Fe, respeto y propósito de Olga
El choque cultural ha sido fuerte. “Mis jefes no comen ni chancho ni camarón… ellos tienen separados los cubiertos para la leche, para la carne” cuenta.
Sin embargo, la familia respeta su fe católica: “Yo voy a la iglesia, ellos saben los días que yo voy, nunca se oponen… yo tengo mi biblia en el cuarto, uso mi crucifijo, y no pasa nada”.
Dos años después, Olga reconoce que nada fue fácil. Pero la meta sigue clara. Y aunque dejó atrás las aulas, encontró otra manera de sostener desde lejos a los que más quiere. (36)