El 23 de agosto de 1973, Jan-Erik Olsson, un convicto en libertad condicional, irrumpió en el banco Kreditbanken armado con una metralleta y bajo la influencia de estupefacientes. Su plan inicial de robar el banco se frustró cuando la policía llegó rápidamente al lugar, lo que lo llevó a tomar como rehenes a tres mujeres y un hombre, empleados del establecimiento. Y luego nació lo se llama Síndrome de Estocolmo.
Olsson los encerró en la bóveda y exigió 3 millones de coronas suecas (700 mil dólares para la época) y la liberación de Clark Olofsson, un conocido criminal y amigo suyo. Las autoridades accedieron a esta última demanda, y Olofsson se unió al escenario el mismo día. Lo que comenzó como una situación de tensión extrema evolucionó de manera inesperada. Durante los seis días de cautiverio, los rehenes —entre ellos Kristin Enmark, de 23 años— desarrollaron una relación de confianza con Olsson y Olofsson.
La llamada de una de las secuestradas
Enmark, en una llamada al entonces primer ministro sueco Olof Palme el segundo día, afirmó: «Confío completamente en Clark y en el ladrón. No les tengo miedo, fueron muy amables». Este comportamiento desconcertó a las autoridades y al público, que esperaban hostilidad hacia los secuestradores.
El 28 de agosto, tras perforar el techo y usar gases lacrimógenos, la policía puso fin al secuestro. Olsson se rindió y los rehenes fueron liberados sin lesiones graves. El caso dio lugar al término «Síndrome de Estocolmo», acuñado por el psiquiatra Nils Bejerot, quien formó parte del equipo de negociadores. Bejerot describió este fenómeno como un mecanismo de defensa en el que las víctimas generan empatía hacia sus captores para sobrevivir al estrés extremo.
Sin embargo, expertos como Christoffer Rahm, psiquiatra del Karolinska Institutet, aclaran que no es un diagnóstico oficial, sino una reacción psicológica observable en situaciones de amenaza, como secuestros o relaciones abusivas. «El vínculo reduce el estrés y ayuda a la víctima a aceptar su realidad», explicó Rahm a la AFP.
El libro de una rehén
Kristin Enmark, una de las rehenes, relató en su libro posterior que veía a Olofsson como un protector frente a la agresividad de Olsson. «Me prometió que no me pasaría nada y decidí creerle», escribió. A pesar de rumores sobre una relación romántica con Olofsson —que años después se confirmó—, Enmark enfatizó que durante el secuestro no había atracción, sino una estrategia de supervivencia. Esta percepción se vio reflejada en su defensa pública de los captores, un hecho que incluso llevó a los rehenes a negarse a testificar contra ellos en el juicio posterior.
El despliegue policial fue masivo: francotiradores rodearon el banco y la zona se convirtió en un foco mediático internacional. Bertil Ericsson, fotógrafo presente en el lugar, describió a Olofsson como un hombre carismático que asumió el control de las negociaciones tras su llegada.
«Hablaba bien y calmó la situación», relató a la AFP. Sin embargo, años después, el comisario Eric Rönnegård admitió en un libro que la policía representó una «amenaza real» para los rehenes, lo que pudo influir en su percepción de los secuestradores como aliados frente a la intervención externa.
El juicio resultó en condenas de 10 años para Olsson y 6 para Olofsson. Sorprendentemente, algunos rehenes visitaron a sus captores en prisión, evidenciando la profundidad del vínculo formado. Cecilia Åse, profesora de la Universidad de Estocolmo, cuestiona el término desde una perspectiva de género, argumentando que las autoridades interpretaron las acciones de las rehenes, especialmente de Enmark, como una respuesta emocional irracional, ignorando fallos estatales en la protección de las víctimas.
El síndrome qu puso a discutir a los especialistas
El evento de Norrmalmstorg marcó un precedente en la criminología y la psicología moderna. Aunque el «Síndrome de Estocolmo» sigue siendo debatido —con detractores que lo consideran un mito urbano—, su estudio ha permitido entender mejor las dinámicas de poder y supervivencia en situaciones extremas.
En Suecia, el caso expuso fallos en la respuesta policial y generó reflexiones sobre la seguridad ciudadana en la década de 1970, un período de creciente atención a los delitos violentos. El término ha trascendido fronteras, apareciendo en análisis de secuestros y relaciones abusivas a nivel global. (10)