José Mujica, quien fue presidente de Uruguay desde 2010 hasta 2015, falleció a los 89 años a causa de un cáncer de esófago con metástasis en el hígado. Conocido por su estilo de vida poco convencional, Mujica solía eludir a su equipo de seguridad y protocolo, conduciendo su Volkswagen Fusca por Montevideo y recibiendo a líderes mundiales en su modesta chacra.
José Mujica: relación con el protocolo
La relación de Mujica con el protocolo era notoriamente tensa. Los funcionarios encargados de esta área en la Torre Ejecutiva, la sede del gobierno uruguayo, encontraban difícil trabajar con él. Mujica, en sus propias palabras, no se preocupaba por las formalidades y prefería ignorarlas. Esta actitud generaba situaciones inusuales, como sus salidas sin previo aviso, dejando a su equipo de seguridad en constante alerta.
A Mujica no le gustaba que le abrieran la puerta del auto y sus choferes evitaban las formalidades por temor a sus reprimendas. En la estancia presidencial Anchorena, él y su esposa, Lucía Topolansky, se encargaban de cocinar. Su chacra, ubicada en las afueras de Montevideo, servía como su oficina secundaria, donde recibía a dignatarios extranjeros, ministros y periodistas.
Estilo poco convencional
Los viajes al exterior de Mujica también reflejaban su estilo poco convencional. Prefería volar en aviones de línea, aunque en primera clase, y solía interactuar con los pasajeros de clase turista. En una ocasión, quedó impresionado por el avión privado de la entonces presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, destacando sus lujos.
Su vestimenta era otro aspecto de su informalidad. Rara vez combinaba su saco con la corbata y en su tiempo libre vestía ropa deportiva. Ignoraba los consejos de sus asesores sobre su vestimenta, argumentando que el presidente debía ser un ciudadano más.
Mujica contrastaba fuertemente con sus predecesores, Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle y Tabaré Vázquez. Se veía a sí mismo como un individuo diferente, un «sapo de otro pozo». Su estilo de vida y su rechazo a las formalidades dejaron una marca distintiva en la política uruguaya.