Lo vemos cada día y se ha vuelto parte de lo habitual, algo que se repite tan frecuente se vuelve en parte de la “normalidad” y corremos el riesgo de llegar a la indiferencia porque creemos que es algo ajeno y no de nuestra responsabilidad. Tenemos la tendencia a pensar que nuestros referentes (líderes) son los responsables de una cadena de eventos que finalmente los conduce inevitablemente a la “permisividad”, mirar hacia un lado o llegar finalmente a la deshonestidad. Pero, ¿y si nos cuestionamos sobre si podemos hacer algo o cómo empezar?
¿De dónde sale este comportamiento? ¿Cuándo y quiénes lo originan?
Cuando no respetamos la cola de espera y buscamos a un conocido para llegar primero, ¿estamos dando una señal de respeto del tiempo (que se traduce en dinero finalmente) del resto de personas? Y si vamos acompañados de un menor, ¿no está viendo nuestro comportamiento y aprendiendo “modelos” a seguir? Nuestros referentes no surgen de nuestra sociedad, es decir de nosotros mismos. Cuando en la conversación informal/redes sociales vemos rumores y nunca pedimos evidencia, ¿nuestra indiferencia no está fomentando la irresponsabilidad de lo que aceptamos?
¿No somos responsables de lo que ocurre con nuestras decisiones? ¿Nuestros hábitos no tienen impacto en nosotros y las personas que nos siguen?
Pretendemos un cambio transformacional en nuestra comunidad, pero quizás estamos esperando cambios en el resto de las personas y no nos hemos cuestionado si las raíces están dentro de nosotros, hábitos creados desde etapa temprana, cómo fueron moldeados, quiénes influyeron en nuestra forma de hacer las cosas y que posiblemente adoptamos como algo normal.
Un primer paso, aunque parezca pequeño, sería reconocer con sincera discreción interna que somos parte del problema. Que hemos fomentado la cultura de nuestra sociedad al permitir que hábitos que vienen desde generaciones atrás se hayan multiplicado. Por qué no iniciar en lo pequeño y sencillo, dentro de la familia, en la calle, en nuestro barrio; y así luego contar con la autoridad personal de exigir luego honestidad y respeto a nuestros líderes.
Comencemos en algo pequeño, hagamos un experimento, permitamos dar el paso a un peatón al girar un vehículo en una esquina. Nos quedará observando con extrañeza pero con agradecimiento. O cuando nos hayamos equivocado, decir “ discúlpame, me equivoqué y haré lo posible para que no se repita”. Esto no me hace menos profesional o una persona con menos valor, sino, por el contrario, pequeños cambios pueden generar grandes resultados.
Marco Cando