El elector manabita tendrá, en las próximas elecciones, la inédita opción de tomar a su provincia en sus manos, de llevarla a otro nivel y de señalarle el mejor rumbo.
Razones sobran. Manabí ha vivido décadas y décadas de imploradas dádivas del gobernante de turno, dádivas que se las ofrecían como un gesto de generosidad infinita fruto de un alma buena. Y como históricamente nunca recibíamos nada o casi nada, gestos de ese calibre los sentíamos, los valorábamos como actos propios de personajes de otro nivel. Así pasaron los años y las fuerzas de las circunstancias nos acostumbraron a creer que esa era la manera de obtener algo para la provincia.
La lógica de las cosas parecería que era -¿es?- que mientras más implorábamos, más probabilidades existían de que algo se pudiera alcanzar. Visto en perspectiva, esta manera de solicitar servicios públicos, fácil es concluir que era sencillamente denigrante.
Al gobernante no se le ocurría pensar que Manabí se merecía las obras o los fondos para tal o cual cosa. Tampoco pensaba que la provincia con 18 mil km2 y 1,4 millón de habitantes podría ser un país – El Salvador tiene apenas 21 mil km2 y 6,3 millones de habitantes; Israel 22,7 mil km2 y 8,8 millones de habitantes aunque, claro, con diferencias en ingresos- con costas, valles y montañas. Es decir, que si se dan las condiciones para que esta provincia libere sus energías productivas podríamos, por qué no, constituirnos en un emporio de riqueza comparable al que generan países de similar tamaño.
Esta es la realidad de los gobiernos centralistas hasta hoy. El modelo sigue igual solo con otro estilo. Ahora se suplica de otra manera: con tecnología que el centralismo utiliza con furor y que los lleva a conseguir el mismo objeto: trabar el desarrollo económico del país y mantener las aspiraciones de la población dormidas.
El núcleo del problema, entonces, sigue allí, está intacto, solo se lo ha modernizado. Continúa sin resolver problemas de la gente, está presente en todas las áreas y a veces se aplica con especial saña. Es un modelo que subyuga, somete, erige muros y Manabí lo ha padecido por casi dos siglos. ¿Qué podemos hacer? Cambiarlo de raíz. ¿Cómo? Eligiendo al único de sus hijos que está de candidato a Presidente de la República. Eso es todo. Solo uno de los nuestros, que conoce de cerca nuestros pesares, estará en capacidad de resolver este gran problema. Es la opción de Manabí.