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En días pasados en las páginas de El Diario se publicó el asalto y despojo de motores fuera de borda de doce embarcaciones de pesca artesanal por delincuentes conocidos como piratas de mar. Este suceso, por lo habitualmente repetitivo, no llama atención en lo global, pero sí afecta a los perjudicados, a sus familias y a toda la colectividad, quienes tienen como sustento esa actividad. La respuesta que dio un representante de la Marina, en el retén naval, ante la denuncia verbal de los afectados, es que no cuentan con los recursos logísticos para enfrentar esa clase de delitos.

La indignación, frustración e impotencia generaron que, ante la imposibilidad del organismo creado para salvaguardar la integridad de los obreros del mar, solicitaran portar armas para repeler el ataque o morir defendiendo con sus vidas el esfuerzo y sacrificio de sus jornadas de trabajo, cansados de que viles individuos sigan medrando y depredando a un núcleo honesto y laborioso.
Paralelamente a este sector ciudadano, el gremio de ganaderos, ante el rebrote del abigeato y la limitación de agentes de policía, hizo igual pedido; portar armas para enfrentar no solo el robo de ganado, sino el vandalismo con el que actúan seres irracionales que atacan con violencia inusitada a los habitantes de la zona rural, quienes ven el fruto de sus esfuerzos de muchos años esquilmados en minutos.
He mencionado estos dos sectores que son víctimas ancestrales de ese tipo de delincuencia; ¿pero son ellos los únicos afectados? ¡No! Es la sociedad civil en su conjunto; el transitar a pie o en vehículo en la ciudad, el campo o en nuestros propios hogares es riesgo ante el malhechor cuya vesania no conoce límites. Ergo, no estoy refiriéndome, por ser tema especial, del delincuente de saco y corbata, infiltrado en la política, organismos públicos o privados o en el universo pertinente habitual, cuyo accionar, de conocimiento público, ha generado desconfianza para quienes enmascaran sus protervos fines con aureolas de falso patriotismo o enmascarado chovinismo en tiempo electoral que engañan a personas de conciencia ingenua.
¿Cuál hace más daño? Queda como tarea. Todas las opiniones son respetables y no se trata de analizar ni comprender al delincuente, sino rechazar la secuela de su acto que es reprochable ante una sociedad que se supone superó la época de las cavernas y tiene leyes para proceder con justicia, valor éste inconmensurable y eterno que ante algunos veredictos cuestionados se hace dudar de ella. No obstante, ante la desproporción numérica entre la delincuencia osada y los agentes del orden, solo queda legalizar el porte de armas al ciudadano para disuadir o repeler el ataque aleve. O se vive en paz, tranquilidad y plena libertad o se habita en un campo minado. No hay tregua.
 
 
Lenin Manuel 
Moreira Moreira