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 Solemos ver en nuestras redes sociales que tal o cual candidato publica sus propias encuestas donde coincidentemente el ganador es él. Algo así como darle “me gusta” a una publicación propia. El objetivo que persiguen es insertarse en el debate popular del posible ganador, modificar la agenda de los medios y la opinión pública. Pero también buscan engañar a aquellos que confían en números que no se sostienen en el tiempo, pero sí en el papel.

Cada individuo decide qué servirse a la hora de consumir información y, sin duda alguna, la horizontalidad actual de las redes ha provocado una liberación hacia el acceso infinito de información para mantenernos atentos de lo que sucede a nuestro alrededor y ser parte de ello. Este fenómeno actual ha causado una pugna de encuestas en tiempos electorales. Recordemos las últimas elecciones en nuestro país, y la más enriquecedora para la consultoría política, la de Estados Unidos. En ambos casos, aunque sean diametralmente diferentes, se escucharon o leyeron los típicos: “fallaron las encuestas” o “fraude electoral”. Pero ¿por qué surgen este tipo de aseveraciones?
Les daré un ejemplo para entenderlo: imaginemos una carrera de 100 metros entre tres competidores. Todos parten de cero; a los diez segundos tomamos una foto donde el competidor #3 está en primer lugar, el #1 en segundo lugar y el #2 en el último lugar. Si nos conformamos con esa foto, seguramente daremos por hecho que aquel competidor, el #3, es el ganador, aunque los resultados sean distintos.
No fallan las encuestas, fallan los tiempos (timing) de la aplicación de los reactivos de la encuesta y la forma en la recolección de datos o respuestas. No aceptaremos los resultados finales de la carrera si nos dejamos llevar por la primera foto, pero sí sabremos cómo terminará la carrera si tomamos fotos cada cinco segundos hasta que uno de los competidores se acerque a la línea de victoria.  Además, en ocasiones escondemos nuestras preferencias (respuestas a encuestas, por ejemplo) para encajar en una sociedad que nos engulle y discrimina si tenemos un pensamiento político distinto al de la mayoría.
La eficacia de las encuestas electorales se denota en el tiempo y en la calidad de la recolección de información. Los reactivos cuantitativos y cualitativos que se apliquen, el margen de error, el tamaño de la muestra y hasta fiabilidad de las encuestadoras, son factores fundamentales a tener en cuenta para celebrarlas o enterrarlas. 
Para la próxima ocasión en que estemos expuestos a una encuesta pensemos un poco más sobre: cuándo se realizó, a cuánta gente y a quiénes se preguntó, quién la emite, quién la aplaude y quién la cuestiona. Las encuestas no presagian, diagnostican.
 
Fernando Rodríguez Salguero