Uno de los conceptos erróneos más peligrosos es que nuestras opciones políticas son el capitalismo o el comunismo, enemigos mortales encerrados en una lucha por el futuro del mundo. La política se ha vuelto izquierda contra derecha, capitalismo contra socialismo, nosotros contra los otros. Pero desde un punto de vista antropológico, ambos capitalismo y comunismo están firmemente fundados en nuestros códigos genéticos y, de hecho, se requieren mutuamente para crear una sociedad dinámica y exitosa.
Como todas las criaturas vivientes, nuestro instinto fundamental es procrear, para pasar nuestro ADN al futuro. En los seres humanos, esto significa brindar a nuestras familias e hijos toda la seguridad y las ventajas posibles para tener éxito y continuar con la herencia genética. Este impulso para proteger y acumular seguridad es el corazón del capitalismo, el mayor motor de creatividad y eficiencia inventado hasta ahora. Sin embargo, los humanos, siendo una especie social, eligen vivir con otros en familias, clanes, ciudades y estados, necesitando un “contrato social” en el que todos sacrifiquen algunos de sus derechos individuales para garantizar la seguridad de todos los miembros del grupo. De estos instintos genéticos para proteger y enriquecer a la comunidad surgió el socialismo y sus variantes.
Ambas tendencias son fundamentales e innatas pero llevadas al extremo, ambas tienen defectos fatales. Un sistema comunista que empodera a unos pocos para que tomen decisiones para todos conduce inevitablemente a una élite corrupta y una mayoría empobrecida. Un sistema capitalista desenfrenado y sin compasión destripará a su propia población en busca de ganancias. La única forma de satisfacer estas dos pasiones primordiales es encontrar un equilibrio funcional entre el capitalismo basado en el interés propio y el socialismo basado en el interés comunitario.
La falacia que ha obsesionado a la civilización moderna es que se trata de una opción binaria, una o la otra, y que todos aquellos que eligieron de manera diferente a usted son personas malas, corruptas o malvadas. Esto ha llevado a conflictos de clases, guerras civiles y estados fallidos. Es una idea falsa que ha permitido a líderes manipuladores movilizar recursos financieros y humanos, prolongar gobiernos injustos y sacrificar millones de vidas en guerras innecesarias.
La receta exacta para combinar los intereses individuales y comunitarios diferirá de un país a otro, y tal vez entre culturas dentro de los países. Pero poner fin a esta loca lucha genocida entre dos motivaciones humanas básicas y necesarias puede cortar los ciclos generacionales de dominación y devastación y al menos darnos la oportunidad de superar los desafíos de las próximas décadas y siglos.