Compártelo con tus amigos:

Para Aristóteles, filósofo griego que vivió hacia el siglo III antes de Cristo, la educación es un ornamento en la prosperidad y un refugio en la adversidad. Hoy en día, el concepto de educación se encuentra muy distorsionado, a tal punto que lo concebimos como el fin, y no como el medio.

El acceso a la educación superior, se ha convertido en un verdadero éxodo. Estudiantes de diversas condiciones económicas, marcadas por distintas estratigrafías sociales, pugnan por alcanzar el anhelado cupo para una carrera en alguna de las instituciones de educación superior del país, para ello, deben realizar el Examen de Acceso a la Educación Superior-EAES. 
En sus orígenes, esta evaluación se denominó ENES (Examen Nacional para la Educación Superior), en lo posterior se llamó “Ser Bachiller”. Hoy, se ha convertido un compendio de preguntas que, so pretexto de garantizar la transparencia en el acceso a la universidad, se convierte en una verdadera pesadilla para miles de jóvenes que buscan cumplir una meta: ser profesionales.
La razón es más obvia de lo que parece. Para todos es el mismo examen, con independencia de su aplicación en la Costa, Sierra, Amazonía o en la región Insular, sin considerar las brechas educativas, tecnológicas y de infraestructura que, por citar un ejemplo, existen entre las unidades educativas de sectores rurales y las ubicadas en ciudades que, históricamente, han tenido toda la atención del Estado ecuatoriano.
Así, se puede apreciar que la mayoría de cupos para las “carreras más cotizadas” como las Ciencias de la salud (Medicina, Enfermería, Laboratorio, Nutrición, etc.), Ingeniería Civil, Arquitectura, Derecho o Administración, son obtenidos por estudiantes egresados de centros particulares de alto nivel o de entidades fiscales de las ciudades capitales. Es aquí donde surge la inequidad, ya que no es posible hacer una comparación al nivel educativo de un estudiante que posee grandes desafíos como geografía distante, falta de equipos tecnológicos o de internet, en contraste con uno que tenga todas las facilidades de acceso a la información.
Por último, preguntémonos cuántos de nuestros estudiantes rurales o de entidades fiscales pequeñas logran alcanzar su sueño de ser médicos, ingenieros o arquitectos y que, lejos de ello, tienen que aceptar cualquier cupo, lo que probablemente los convierta en personas insatisfechas que, producto de su frustración, desistirán de sus estudios, integrando el inmenso océano de deserción que existe en el país.
 
Galo 
Grijalva May