Las tres se desarrollaron en tiempos más simples, antes de que la globalización impulsara el desarrollo y la tecnología transformara la vida cotidiana de casi todo el planeta.
Los gobiernos son necesarios para organizar la producción y distribución de los bienes y servicios que necesita la población, así como para mantener el orden y proteger a la nación contra amenazas externas. La democracia fue inventada por los griegos, junto con la cultura y filosofía occidental. Funcionó muy bien cuando todos los ciudadanos de Atenas se reunían en la plaza central para votar a voz alta. El comunismo fue inventado por un filósofo judío alemán del siglo XVIII. Yo viví en una comuna comunista en Israel llamada Kibbutz durante seis meses. Los 450 kibutzniks vivíamos en casas idénticas, comíamos juntos, los hijos pasaban la semana con educadores profesionales y regresaban con sus familias los fines de semana y feriados. Funcionaba muy bien.
En el mundo real, la democracia y el comunismo son sistemas excelentes para organizar grupos pequeños, pero ambos fracasan completamente cuando se aplican a países. Una vez que se crean órganos representativos y partidos políticos, la democracia está condenada a la corrupción. El comunismo en masa se convierte rápidamente en esclavitud estatal.
El capitalismo es diferente. Es el sistema más ingenioso y eficaz para extraer recursos de manera masiva y producir lo que quieren los consumidores. La competencia abierta, la ley de la oferta y demanda, la mano invisible del mercado son fuerzas poderosas que nos empujan cada vez más rápido al futuro. El defecto es que necesita tres cosas: recursos naturales baratos, mano de obra barata y un mercado con dinero. En el primer brote del capitalismo, los recursos y la mano de obra fueron satisfechos por las colonias y la esclavitud; los compradores eran europeos ricos.
Cuando el colonialismo y la esclavitud pasaron de moda la más exitosa de las excolonias (EE.UU.) demostró que es mejor tener clientes que colonias y mejor tener esclavos asalariados. Así cuando los trabajadores explotados se rebelan no es contra los países ricos sino sus gobiernos locales de turno, fácilmente comprados y reemplazables. Ahora Ecuador es uno de esos países clientes. Nuestros recursos, producción, ecología y talento humano están siendo agotados por poderes extranjeros vampíricos. Pero no estamos solos, y nuestra única esperanza es unirnos con nuestros hermanos estados clientes para luchar por un reparto más sano y equitativo de la abundancia global.