Ciegos guiando a ciegos, sordos hablando a sordos y mudos sin esperanzas de hacerse entender.
Así nos comportamos cuando impera la sinrazón en nuestras emociones. Ecuador está viviendo una época muy difícil que, si no recapacitamos, no habrá encrucijadas al frente, sino únicamente el precipicio. Reflexionemos sobre nuestra realidad, que aún hay tiempo para ello. No sembremos odios, sembremos esperanzas; no usemos nuestras cualidades para separar, usemos nuestras vidas para unir. Desechemos odios, rencores, ambiciones y apuntemos hacia la gracia dada por Dios, que es el amor y la hermandad hasta el sacrificio, por la supervivencia del bien en la humanidad. Alimentemos los buenos sentimientos desintoxicándonos del mal, porque quien esparce dificultades es muy difícil que reciba aplausos. Tengamos misericordia de nosotros mismos. El país está en deterioro en varios de sus estamentos. Detengamos su caída, evitemos que llegue a la ruina.
En situaciones en que los males parecen incontenibles y que reina el pesimismo en el ambiente, seamos consistentes en la lucha por el cambio de situación, conscientes de que todo mejorará con nuestro aporte decisivo para superar las dificultades, de a poco a poco, pero con ritmo sostenido, ingenioso, inteligente y moralmente fuerte para agilitar el cambio.
Y ello demanda una población de ciudadanos esforzados por una sociedad de desarrollo y progreso, avances que realmente dependen de los propios antes que de extraños al solar natal, todos comprometidos moral y patrióticamente por lograrlo. Individuos no solamente alejados de la corrupción, sino prestos a combatirla con energía, amantes de las causas justas, llenos de ilusiones y animados por lograrlas, afrontando y superando retos por muy difíciles que sean para que el bienestar alcance a todos, haciendo que regrese la felicidad.
Y la consigna pasa por la solidaridad, para que el crecimiento y la gobernanza sean lo más justas y ecuánimes, para que, si tú tienes alimentos, salud, trabajo, que el mayor número de personas también goce de estos beneficios. Porque ser solidario no solo es mostrarse de acuerdo con la necesidad, actitud o acción de otros, sino procurar una solución común, honesta y permanente. Pero, principalmente, reencontrarnos con nuestra razón de ser, que es el cumplir con nuestros deberes ciudadanos para hacer valer nuestros derechos, con orgullo, decisión y valentía.
Y para esto no hay edad ni posición social ni económica alguna que nos desobligue.