Ciegos guiando a ciegos, sordos hablando a sordos y mudos sin esperanzas de hacerse entender. No plantemos odios, sembremos esperanzas. No usemos nuestras cualidades para separar, usemos nuestras vidas para unir.
Desechemos odios, rencores, ambiciones para apuntar hacia la gracia dada por Dios que es el amor, la hermandad y hasta el sacrificio por la supervivencia de la paz en la humanidad. Alimentémonos del bien desintoxicándonos del mal, porque quien siembra dificultades es muy difícil que coseche aplausos. Tengamos misericordia de nosotros mismos. Nuestro país está en deterioro y es nuestro deber detener su caída, evitar que se convierta en ruinas.
En situaciones en que los males parecen incontenibles y que reina el pesimismo, hay que ser consistentes en la lucha por el cambio, conscientes de que todo mejorará con nuestro aporte decisivo, afrontando las dificultades y angustias. Que poco a poco, con ritmo sostenido, con ingenio, inteligencia y fuerza moral, agilizaremos el cambio.
Como he citado anteriormente, para ello se demanda que la población sea de ciudadanos esforzados en lograr una mejor sociedad. Que el desarrollo, el progreso, los avances realmente dependan de nosotros para conseguir una patria unida, sana y laboriosa, haciendo un compromiso moral y patriótico para lograrlo. Ratificar que nos alejaremos de la corrupción y que la combatiremos con energía. Comprometernos con las causas justas. Llenarnos de ilusiones para lograr desarrollo, afrontando y superando retos difíciles, amando y tendiéndonos la mano para que la superación alcance a todos.
Y la consigna pasa por la solidaridad, para que el crecimiento y la gobernanza sean lo más justo y ecuánime. Repetirnos que solidaridad es que los demás y yo tengamos alimentos, salud, trabajo. Ser solidario es procurar una solución común, honesta y permanente, sin olvidar hacer valer nuestros derechos con orgullo, decisión y valentía.
Hagamos lo que sintamos y creamos que es correcto, evitemos errores pasados para vivir un mejor presente planificando un adecuado futuro. Vigoricemos la democracia rescatándola de las garras del apasionamiento, defendiéndola del acecho de la corrupción. Alejarla de la intolerancia, la estupidez y el fanatismo, porque, como dijo el filósofo y escritor francés Albert Camus, “La intolerancia, la estupidez y el fanatismo pueden combatirse por separado, pero cuando se juntan, no hay esperanzas”.
Un angustiado país nos llama a socorrerlo. Y esta vez como nunca, como temiendo su exterminio democrático. Consignemos nuestra decisión en las urnas, pero seamos honrados y honestos con nosotros mismos. Votemos a conciencia. Salvemos nuestra Patria.