Un rumor de angustia y nostalgia se escuchaba por los barrios de Portoviejo hace 31 años.
La capital de los manabitas, caracterizada por su esplendor cultural y artístico, se conmovía ante la inminente partida de uno de esos hombres que no se repiten sino cada cien años. Agonizaba una época de oro de la canción ecuatoriana.
Se anunció la muerte del caballero manabita y señor del pasillo, don Filemón Macías y Joza. El pueblo lo lloró, en casas humildes y residencias aristocráticas. No hubo hogar, por más lejano que estuviera, que no encendiera una vela junto a su imagen. Los casetes grabados con sus pasillos circularon por campos y ciudades, y mucha gente quiso impedir que se apagara la vida de uno de los más geniales poetas y compositores ecuatorianos, con suplicantes oraciones.
Este capítulo era el final que don Filemón escribió con los arpegios de su íntima inspiración. Su nombre apareció en periódicos y revistas. Escribió en los corazones de los ecuatorianos páginas de amor a la Patria y al pueblo. Al extinguirse su hálito vital, siguen las notas de su templada lira, depositando ilusiones a la luz de la luna en el alma de una humanidad doliente.
Euterpe, musa de la música, estuvo con él. Don Filemón consagró su vida al verso y a la melodía, dejándonos pasillos, valses y románticos boleros. La Tejedora Manabita, Las Cartas y cientos de canciones fueron forjadas por su espíritu poético, cuyo fuego no se extinguió con la muerte. Sus versos, traducidos en declaraciones de amor, marcaron la historia de tantas parejas de enamorados, que hoy son vigorosos bisabuelos.
Recordemos una de sus frases inmortales:
“Mis canciones buscan la paz. Cuando canto, llego al altar de una iglesia o a un íntimo hogar. Creo que, cuando escuchan mi música, la gente se siente feliz”.
¿Quién no ha sentido una tranquilidad espiritual al oír los pasillos de don Filemón Macías?
Doctor y musicólogo, le cantó a nuestro pueblo manabita. Fue un artista de muchedumbre. Su presencia llenaba escenarios, y su romanticismo proyectó orgullosamente nuestra música a otros países, incluyendo Norteamérica.
Un homenaje a su memoria es conservar ese legado que nos dejara escrito con su inconfundible estilo en el pentagrama nacional.
El rumor se apagó, la vida del poeta terminó, pero su arte continúa viviendo en nuestro pueblo.
Y es un honor decirlo: “Las canciones de don Filemón también se escuchan en el cielo”.
Por ello, la junta de barrios de Portoviejo y la Fundación Bellas Artes Manabí gestionan ante el alcalde Javier Pincay que el GAD Portoviejo construya un busto de tan insigne compositor en el parque Cayambe, de su ciudad natal.
