Durante décadas, la existencia de un aeropuerto en Portoviejo fue un símbolo de modernidad y conexión con el resto del país.
Aunque su uso fue limitado en los últimos años, la ciudad aún tenía en él una posibilidad estratégica de desarrollo logístico, comercial y turístico. Eliminar esa opción no fue una decisión acertada. No lo fue por razones técnicas ni por visión de largo plazo. Portoviejo está rodeado de zonas agrícolas, de producción, y ubicada estratégicamente en la costa central. Quitarle la opción aérea es como renunciar a una carta de navegación que, en el futuro, pudo ser clave para su despegue.
Las ciudades necesitan infraestructuras que potencien su crecimiento. El aeropuerto no se supo aprovechar ni impulsar como se debía. Pero tampoco se invirtió en mejorar su operatividad, atraer aerolíneas o fomentar el turismo aéreo, lo cual generó una imagen distorsionada: que era una carga más que una oportunidad. Faltó voluntad del gobierno, encargado de manejar el aeropuerto, y faltó estrategia. Perder una vía aérea directa desde la capital provincial es, sin duda, un retroceso en conectividad.
Sin embargo, el tiempo no retrocede. Lo hecho, hecho está. Y aunque la decisión pudo ser cuestionable, lo cierto es que el terreno ha comenzado a transformarse. El proyecto de una zona comercial y residencial, con espacios para emprendimientos, educación, servicios y recreación, tiene ahora una nueva misión: demostrar que esa pérdida se puede convertir en ganancia.
El desarrollo urbanístico que se plantea debe ser inclusivo, sostenible y generar un nuevo centro dinámico para Portoviejo. Si se logra atraer inversión, generar empleo y dotar a la ciudad de espacios modernos para vivir y emprender, entonces será posible pasar del duelo por el aeropuerto a la esperanza por un nuevo modelo de desarrollo urbano.
Esto no significa olvidar la pérdida, pero sí asumir con madurez los procesos urbanos que se están dando. Portoviejo no puede anclarse en el pasado. Ya no tiene aeropuerto, y aunque eso duela, lo importante ahora es que ese espacio se convierta en una palanca para el progreso, que reúna condiciones para atraer empresas, servicios de calidad, zonas verdes y oportunidades de crecimiento. Desde lo público y lo privado se debe vigilar que las promesas de ese nuevo espacio se cumplan, que no se convierta en un negocio para unos pocos, sino en un bien común para toda la ciudad.
Las transformaciones urbanas son siempre polémicas, pero también pueden ser oportunidades si se actúa con visión, responsabilidad y compromiso. Portoviejo perdió su aeropuerto; sin embargo, aún puede ganar algo más valioso: una ciudad pensada para sus ciudadanos, con espacios útiles, modernos y funcionales.