En todas las elecciones, el término “empate” suele utilizarse de manera coloquial para describir una competencia cerrada, donde las diferencias entre los candidatos son mínimas.
Sin embargo, desde un punto de vista técnico, un empate solo ocurre cuando ambos candidatos obtienen exactamente la misma cantidad de votos. En cualquier otro caso, por más estrecha que sea la diferencia, siempre habrá un ganador y un perdedor. Entonces, ¿por qué se habla de un “empate” entre Daniel Noboa y Luisa González?
La respuesta radica en la percepción pública y en la narrativa mediática. Cuando las encuestas o los conteos preliminares muestran que la diferencia entre dos candidatos es mínima, se genera la sensación de que ambos están prácticamente igualados. Esto se debe a que, en términos prácticos, una diferencia de uno o unos pocos votos no cambia la percepción de que la competencia es reñida y que cualquier pequeño factor podría inclinar la balanza a favor de uno u otro.
En el caso de Noboa y González, si las encuestas o los conteos iniciales indican que ambos están separados por un margen muy estrecho, es natural que se hable de un “empate técnico”. Esto no significa que ambos tengan exactamente la misma cantidad de votos, sino que la diferencia es tan pequeña que resulta irrelevante en términos de análisis político. Además, en un escenario así, cualquier error en el conteo, cualquier voto indeciso que se decida en el último momento o incluso factores externos, como el clima el día de las elecciones, podrían ser determinantes.
Es importante destacar que, en un sistema democrático, no existe el empate en el sentido estricto. Si uno de los candidatos obtiene un voto más que el otro, será declarado ganador. Sin embargo, la narrativa del “empate” sirve para resaltar la intensidad de la competencia y la incertidumbre que rodea al proceso electoral. Esto, a su vez, puede motivar a los votantes indecisos a participar, ya que sienten que su voto podría ser decisivo.
Cuando se habla de un “empate” entre Noboa y González, no se está afirmando que ambos tengan exactamente la misma cantidad de votos, sino que la competencia es tan cerrada que cualquier pequeño detalle podría definir el resultado final. Esta observación no solo refleja la realidad de una elección reñida, sino que también subraya la importancia de cada voto en un proceso democrático.
En conclusión, en una democracia no hay empates: siempre hay un ganador. Por más estrecha que sea la diferencia, Noboa es el ganador.