La desaparición de los hermanos Restrepo Arismendi (de 17 y 14 años, respectivamente) marcó al país entero desde que, el 8 de enero de 1988, los menores fueran detenidos, torturados y asesinados por la Policía Nacional.
El misterio de su desaparición forzada persiste, ya que sus cuerpos jamás fueron encontrados, y la justicia hizo poco, especialmente por el hermetismo de la institución policial y la cómplice desidia del Estado.
Como sociedad, por una parte deseamos creer que el caso de los hermanos Restrepo fue un hecho aislado que no se debe repetir. Pero apenas sentimos el putrefacto tufo del hampa anunciando tiempos peligrosos, el trauma revive y nos olvidamos de los derechos humanos. Rápidamente estamos dispuestos a entregarles a militares y policías nuestra confianza ciega a cambio de protección. Canjeamos moralidad por seguridad. Total, mientras los desaparecidos sean ajenos o criminales, nos da lo mismo.
Y así, como un adicto endémico consumido por sus traumas no resueltos, recaemos con la misma sustancia tóxica con la que juramos no regresar, solo que ahora se llama Plan Fénix. En enero de 2024, el Gobierno redobló su apuesta en seguridad con una estrategia militarizada. Desde ese momento, vivimos de excepción en excepción, viendo con normalidad la suspensión de garantías ciudadanas y el masivo despliegue militar. Las cifras muestran que la inseguridad no se detiene; mientras tanto, lo que va en aumento —como típicamente sucede cuando las Fuerzas Armadas se ocupan del orden público— son los abusos militares.
Así lo señala el informe Son militares, yo los vi, publicado por Amnistía Internacional, un análisis de cinco casos de desaparición forzada ocurridos en Ecuador durante 2024 (hay decenas más). Ante ello, se recomienda a las autoridades revertir el enfoque militarizado de la seguridad pública, realizar urgentemente la búsqueda de las personas desaparecidas e investigar de forma adecuada las denuncias presentadas.
La frase que titula esta columna marcó mi adolescencia. Era otra época, y uno repetía dichos populares según la ocasión. Por ejemplo, si alguien andaba desaparecido, enseguida y sin el menor rastro de empatía, la gallada exclamaba: anda más perdido que los hermanos Restrepo. Decenas de ecuatorianos, criminales o no, han desaparecido tragados por enormes fauces vestidas de camuflaje. No aparecen, nadie investiga, a casi nadie le importa. ¿Están más perdidos que los hermanos Restrepo? Seguramente. ¿Quién se los llevó? Los testigos no tienen dudas y con valentía afirman: son militares, yo los vi.
