Manabí es cuna de la cultura Manteña, una de las civilizaciones precolombinas más importantes de la costa ecuatoriana.
Los vestigios arqueológicos, como los asientos manteños en Cerro de Hojas-Jaboncillo, son testimonio de una sociedad avanzada que dominó el comercio y la cerámica. Además, tradiciones como la fiesta de San Pedro y San Pablo en Portoviejo o el amorfino (canto popular montubio) reflejan una identidad cultural que resiste al paso del tiempo.
Desde las tradiciones ancestrales montuvias hasta las expresiones contemporáneas, su riqueza artística es innegable. Sin embargo, más allá del folclore y las festividades populares, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿existen verdaderos artistas en Manabí capaces de conmover, inspirar y trascender en disciplinas como la música, la literatura, las artes plásticas o la poesía?
La cultura manabita es vibrante, pero en muchos casos se queda en lo superficial, en la repetición de fórmulas conocidas o en el mero espectáculo. Hay talento, sí, pero ¿cuántos de esos creadores demuestran una vocación auténtica, una búsqueda constante de excelencia y la capacidad de transmitir emociones profundas? El público manabita, ávido de arte significativo, merece más que imitaciones o producciones mediocres disfrazadas de tradición.
La música, por ejemplo, ha dado grandes intérpretes, pero pocos compositores con propuestas innovadoras que reflejen la esencia manabita sin caer en el cliché. La literatura cuenta con voces valiosas, pero muchas se pierden en el localismo sin alcanzar una proyección nacional o universal. Las artes plásticas tienen exponentes destacados, pero falta mayor riesgo conceptual. La poesía, quizá la más olvidada, necesita versos que no solo describan el paisaje, sino que exploren el alma de esta tierra.
No se trata de menospreciar el esfuerzo de quienes hoy trabajan por el arte en Manabí, sino de exigir más: más formación, más autocrítica, más pasión por el oficio. Las instituciones culturales, los medios y el público también tienen responsabilidad. Apoyar lo mediocre por complacencia o falta de criterio ahoga el surgimiento de verdaderos maestros.
Manabí tiene el potencial para ser cuna de artistas memorables, pero eso solo ocurrirá cuando la cultura deje de ser solo fiesta y se convierta en reflexión, cuando los creadores asuman su labor no como hobby, sino como un compromiso con la belleza y la verdad. El arte no es decoración: es vida, y Manabí merece artistas que lo demuestren. ¿Será delito decir la verdad?