En la década de 1980, en Colombia se popularizó el término “los extraditables” refiriéndose a varios de los cabecillas del cartel de Medellín.
Estos se unieron bajo el liderazgo de Pablo Escobar para oponerse, a fuerza de terror y muerte, contra el tratado de extradición que buscaba enviarlos a las cárceles de Estados Unidos.
“Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”, es una frase que explica la campaña de terrorismo iniciada por los extraditables que dejó cientos de muertos en ese país. Finalmente, en 1990 entró en vigencia el tratado de extradición y hasta el 2020, según datos oficiales, unos 2.300 colombianos han sido enviados a Estados Unidos.
Con la confusa captura de alias Fito, y su sonada posible extradición a los temidos calabozos gringos, parece inaugurarse una suerte de copia pirateada de la novela colombiana “los extraditables”.
Hay sectores que expresan fundamentadas preocupaciones sobre los peligros de posicionar a la figura de la extradición con extrema ligereza, como si esta fuera por sí sola una solución mágica a nuestros profundos problemas de inseguridad.
Iván Flores Poveda, en la revista Plan V, en enero de 2023, soltaba una meditada advertencia sobre los peligros de tratar con superficialidad e inocencia al delicado tema de la extradición. Allí decía: “…El gobierno del presidente Guillermo Lasso infla un globo que pudiera reventar en la cara de todo el país en un par de años. Lo hace al sobredimensionar las expectativas en torno a la pregunta de la consulta popular sobre extradición. En un país que tolera el crimen, un potencial escenario positivo abriría un vasto tarifario de sangre, si es que el Estado no instala alternativas institucionales, productivas y culturales a ese clima de tolerancia y hasta cooperación con la delincuencia organizada…”.
¿Esperará Fito pacíficamente su extradición? La historia y experiencia colombiana nos dice que es improbable. Y todos sabemos cómo se resuelven estos temas entre el poder criminal y el poder estatal. Pues sí, los arreglan con plata o plomo. Entonces, cabe preguntarse: ¿Está el Estado listo para prevenir y/o afrontar las consecuencias de la tan cacareada pero necesaria extradición? No parece.
Mientras tanto, la sociedad de bien se moviliza con fe y desesperación en apoyo a la extradición, ignorando que este dínamo puede también generar unión en el mundo criminal. Y, como en la Colombia del siglo pasado, probablemente, nuestros capos nacionales encuentren un motivo para juntarse y conformar su propia versión ecuatoriana de “los extraditables”.