Una vez más escuchamos de las autoridades del Gobierno la promesa tranquilizadora de que los cortes de energía no volverán a atormentar nuestros días.
Esta afirmación resuena con un eco preocupante de lo que vivimos hace apenas un año, cuando las mismas garantías se desvanecieron con la llegada de los primeros racionamientos eléctricos que alteraron la rutina de todo el Ecuador. Los ciudadanos nos vemos atrapados en una encrucijada difícil, divididos entre el deseo de confiar en la palabra oficial y la memoria todavía fresca de una realidad que nos golpeó duramente, obligándonos a adaptar nuestro trabajo, nuestros estudios y la vida en nuestros hogares a la incertidumbre de tener o no servicio eléctrico.
Recordar la situación del año pasado no es pesimismo, sino simple memoria, porque fuimos nosotros, la gente de a pie, quienes tuvimos que reorganizar nuestras vidas en función de un cronograma de cortes que nos fue impuesto a pesar de que previamente se nos había asegurado que la situación estaba bajo control. Esa experiencia nos dejó una lección muy clara sobre la fragilidad de nuestro sistema energético y, sobre todo, nos enseñó a mirar con escepticismo los anuncios que suenan demasiado optimistas cuando las condiciones de fondo no parecen haber cambiado de manera sustancial.
Hace poco se hizo público el anuncio de rescindir el contrato para la instalación de dos centrales termoeléctricas que, se suponía, ya debían estar funcionando y serían un alivio y un soporte para el sistema energético nacional. Desde la perspectiva de un ciudadano común, que no entiende de complejidades técnicas ni de disputas sobre contratos, esta medida se percibe como si no estuviéramos listos para enfrentar los apagons.
Y mientras estas decisiones administrativas se toman en escritorios lejanos, la naturaleza sigue su curso sin pedir permiso ni esperar a que se resuelvan los problemas burocráticos, porque el estiaje en las centrales hidroeléctricas, de las que tanto dependemos, no es una posibilidad remota, sino una realidad que año a año nos toca vivir. El fantasma de los embalses en niveles críticos se acerca con la temporada seca, y sin nuevas fuentes de generación que compensen esa baja, parece dar el resultado que ya padecimos.
Ojalá que esta vez las palabras del Gobierno se cumplan y que las soluciones estén en marcha aunque no las veamos con claridad, pero la experiencia nos ha enseñado a ser cautelosos y a prepararnos para un escenario que parece repetirse de forma alarmante. Al final del día, más allá de los discursos y las promesas, lo que realmente importa es si al presionar el interruptor, la luz se enciende o si, por el contrario, nos encontraremos nuevamente planificando nuestra vida en la penumbra.