Según la IA, “un tipo muy duro” es un hombre fuerte, tolerante al dolor y a las dificultades.
Un “hombre de verdad”, dirían las sabias matriarcas antes de que fueran destronadas por el feminismo extremo.
Actualmente, las características que antes definían a los hombres están devaluadas, y en algunos casos, despreciadas. El rol que la sociedad espera de ellos no está precisado; se diría que es un concepto en construcción. ¿Y mientras tanto? Te piden sensibilidad, y cuando la demuestras, te atacan por ser demasiado suave. Te piden dureza, y cuando la practicas, te acusan de machista violento. Así andamos, en busca de equilibrio, apachurrados entre lo tradicional y lo moderno.
Esta columna va dedicada a los padres que celebran su día este domingo, reconociendo la indispensable necesidad de que las familias y los hijos cuenten con padres fuertes y resistentes al dolor. Porque hay que ser un “tipo muy duro” para prosperar en esta sociedad tan jodida y peligrosa.
El título de esta columna lo obtuve de la traducción (no fiel, pero sí publicable) de un poema de Charles Bukowski llamado “The History of One Tough Motherfucker”. El autor dedicó este poema a su gato blanco, bizco y sin cola, que un día apareció destrozado en su puerta. Bukowski narra cómo lo cuidó con esmero hasta que milagrosamente sanó (los veterinarios lo habían desahuciado). Luego, aunque estaba viejo, desdentado y bizco, el escritor lo lucía con orgullo en entrevistas y fiestas.
Mi padre también tuvo su propia versión de aquella historia. Hace unos años, apareció por la casa un felino maltratado por las calles y herido por el abandono. Pese a las quejas de mi madre, mi padre lo adoptó. Amor a primera vista. Lo bautizaron como Gatoperro (por su canina fidelidad). Mi viejo y Gatoperro pasaban horas frente al televisor, relajados. Eran inseparables. Las escapadas nocturnas del gato a galantear a las mininas del barrio acarreaban graves heridas de batalla, que mi viejo, al igual que Bukowski, curaba con esmero, espantando a la muerte que amenazaba con llevarse al maltrecho animal. Tristemente, un día Gatoperro no volvió de sus andanzas y todos asumimos lo peor.
A pesar del tiempo, mi viejo aún estira su brazo a los lados del sillón mientras ve televisión, como buscando a su compañero ausente. Y entonces, su rostro hermético de hombre duro se rinde a las emociones, y fugazmente afloran en su mirada la melancolía y la tristeza. Él percibe ese momento como una derrota; yo, por el contrario, lo veo como el triunfo del lado sensible de un tipo muy duro. ¡Feliz Día del Padre!