En los últimos años, el aumento de la participación de adolescentes y jóvenes en actividades criminales ha encendido las alarmas en nuestro paisito bananero.
Las respuestas tradicionales de mano dura, mayor penalización y estigmatización han demostrado ser insuficientes e incluso contraproducentes. La criminología y la sociología nos enseñan que el camino no está en el castigo puro, sino en la prevención, la reinserción y, sobre todo, en la creación de oportunidades reales.
El problema tiene raíces profundas, no todos los jóvenes en situación de vulnerabilidad terminan en el crimen, pero los datos muestran una correlación entre exclusión social, falta de educación y empleo, y una tendencia hacia la transgresión y muy probablemente hacia la delincuencia. Según la Teoría de la Tensión, cuando las expectativas de movilidad social chocan con la realidad de la marginalidad, algunos ven en el delito una salida rápida. Las pandillas y organizaciones criminales, por su parte, ofrecen pertenencia y protección donde la familia, la escuela o el Estado han fallado.
Pero criminalizar a estos jóvenes no resuelve el problema. La “Labeling Theory” advierte que etiquetarlos como delincuentes solo refuerza su identidad desviada, perpetuando el ciclo de violencia. Por el contrario, necesitamos políticas que no los marginen aún más, sino que les abran puertas.
Es decir, incentivos que transformen sus vidas. Si queremos romper este círculo, los incentivos deben ser más atractivos que el crimen.
La política criminal debe contener la creación de oportunidades económicas: programas de empleo juvenil, becas de formación técnica y apoyo a emprendimientos locales. En Medellín, iniciativas como “Jóvenes en Paz” han demostrado que el arte y la tecnología pueden ser herramientas poderosas de reinserción.
Muchos jóvenes abandonan la escuela por necesidad o desmotivación. Espacios educativos flexibles, con enfoque práctico y vinculación laboral, pueden recuperar a quienes el sistema tradicional excluyó. Del mismo modo, las políticas que promueven actividades extracurriculares en barrios marginales no solo reducen el ocio destructivo, sino que fortalecen el tejido social. Un ejemplo es el programa “Fútbol con Corazón” en Estados Unidos, que usa el deporte para enseñar valores y alejar a los jóvenes de las pandillas.
En relación con la justicia, se debería evaluar la justicia restaurativa, no punitiva en el caso de los adolescentes y jóvenes, en lugar de cárceles que suelen ser escuelas de perfeccionamiento del crimen.
En definitiva, esto no es solo tarea del gobierno, se deben sumar los sectores empresariales con pasantías para jóvenes en riesgo; las universidades, con programas de inclusión; y los medios, evitando la estigmatización.
El crimen juvenil no es una sentencia irrevocable. Con políticas y estrategias adecuadas, podemos demostrarles a estos jóvenes que hay un futuro.