La paradoja de que la paz se alcanza mediante la guerra cobra lógica en la ideología nacionalista de Israel e Irán, así como en la de otras naciones que, mediante la violencia, desean alcanzar la paz mundial.
Israel e Irán, pueblos escogidos por Dios —o Alá, en el caso de los chiitas persas—, creen cumplir la voluntad divina mediante el derramamiento de sangre. De este gran objetivo se derivan intereses geopolíticos, económicos y del nuevo orden mundial.
El último ataque perpetrado por los descendientes de los patriarcas bíblicos, la operación “León Naciente”, que se desarrolla ahora, tiene como objetivo —según el primer ministro israelita, B. Netanyahu— impedir que Irán continúe con su programa nuclear y el enriquecimiento de uranio, el cual, afirma, puede aniquilar a Israel y a otros países del mundo.
Por otra parte, el ayatolá, líder del país islámico, Alí Hoseiní Jameneí, siempre ha manifestado su odio a Occidente, al occidentalizado Israel —con influencia de Estados Unidos— y a la introducción del judaísmo en tierras musulmanas. Su poder ha ido creciendo mediante el apoyo financiero a grupos terroristas armados antiisraelíes, asentados en Líbano (Hezbolá), Gaza (Hamás) y otras milicias en Siria e Irak, cerca de la frontera con Israel.
Israel se fundó en Medio Oriente pues, de acuerdo con la narrativa bíblica, ese territorio es la Tierra Prometida por Dios a Abraham y a sus descendientes. Por tanto, es parte fundamental de la identidad israelita, el origen de sus principios, valores y razón de existir. El asunto es que ese mismo territorio santo, Palestina, es considerado sagrado para los musulmanes y católicos, y el pueblo islámico —en este caso, Irán— quiere fundar allí el Estado palestino, eliminando la presencia israelí y su discurso sionista, al que denomina “el pequeño Satán”.
Para los judíos, la ciudad de Jerusalén es vital porque albergó el primer templo de Salomón y el segundo, destruido por los romanos en el año 70 d. C. Allí se encuentra el Muro de los Lamentos y fue la capital de Judá, de acuerdo con la Torá. La misma ciudad, para los musulmanes, es la tercera en importancia —luego de La Meca y Medina—, pues allí pasó una noche el profeta Mahoma antes de ascender al cielo desde el Domo de la Roca para reunirse con Moisés, Abraham y Jesús. Jerusalén guarda la Mezquita Al-Aqsa y fue de dominio musulmán durante 1.200 años.
Ambas naciones, en nombre de Dios, desean el dominio total de Palestina y, con ese pretexto, han propiciado un conflicto bélico que no concluye y cobra miles de vidas.
En todo este contexto, ¿qué opina usted? ¿A quién da Dios la razón? ¿El territorio le pertenece al islam o al judaísmo? En nombre de Dios, los crímenes se justifican. La espada de David no se aparta de Israel.