Las circunstancias están ahí, en todo el planeta, la población mundial envejece.
Prácticamente, todos los países del mundo experimentan un aumento del número de ciudadanos que han entrado en años, lo que debe hacernos repensar situaciones, sobre todo a la hora de reforzar los sistemas sanitarios y de cuidados, garantizando la sostenibilidad de la protección social e invirtiendo en nuevas tecnologías.
A esta situación, hay que sumarle el abandono de los ancianos, un apenado contexto al que no debemos acostumbrarnos. Reforcemos la alianza entre nietos y abuelos, jóvenes y longevos. Digamos no a la soledad y activemos el acompañamiento. Lo importante está en no desfallecer, ni siquiera cuando la vejez acomete y las fuerzas flaquean, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil.
Realmente, todos somos necesarios para construir un orbe armónico, aunque algunos peinemos canas y decaiga el estatus social. Reencontrándonos solidariamente y reconstruyéndonos hermanados, avanzaremos. Son estos compromisos de acciones específicas en temas tales como la salud y la nutrición, la vivienda y el medio ambiente, la familia y el bienestar social, la seguridad de ingresos y de empleo, el espíritu de diálogo y el llamamiento a la concordia, los que nos injertan entusiasmo y acrecientan la esperanza. La familia, que es la primera y la más radical oposición a la idea de que podemos subsistir solos, es una de las víctimas de esta cultura individualista nefasta.
Con el envejecimiento de la población mundial y la creciente dependencia de la atención institucional, garantizar la seguridad y la dignidad de los residentes es más perentorio que nunca. Sea como fuere, no podemos negar el escenario, el maltrato a los abuelos todavía es un grave problema social que cohabita por toda la tierra, tanto en los países en desarrollo y desarrollados como en otros ámbitos menos adelantados, lo que requiere su importancia social y moral que es indiscutible.
En consecuencia, este problema requiere una respuesta mundial multifacética, que ha de centrarse sobre todo en la protección y en el amparo de las masas de senectud. Quizás, por ello, tengamos que comenzar por combatir las exclusiones. La cuestión no es tanto la edad como el espíritu fraterno.
El edadismo es la mayor discriminación contra personas o colectivos por motivo de madurez, lo que genera daños irreparables, desventajas e injusticias. Sin embargo, todos nosotros vivimos gracias a una relación, sustentada y sostenida bajo un vínculo libre y liberador de humanidad y cuidado mutuo.